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Haydee Santamaría

10 may. 2017
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Aquel día no se apagó su luz. La muerte llegó. ¿Previsible? Quizás. No es fácil perder a un hermano, al amor de su juventud, a un querido amigo como lo fue Frank, al legendario Che Guevara, a su amiga Celia. Materializó sus deseos de cerrar los ojos y descansar para siempre. Sería precisamente en 1980, el año de su última pérdida. Sería precisamente a finales de julio, cuando las celebraciones por la gesta histórica del Moncada le recordaron, como cada año, la pupila ensangrentada de Abel Santamaría y el último beso en los labios de Boris Luis Santa Coloma.

La luz de Haydee Santamaría era como la llama eterna, como el fuego que Prometeo robó para los hombres o como un ave fénix que renacía entre cenizas. Bien lo supieron los torturadores del ejército sanguinario del dictador Fulgencio Batista durante las terribles horas que siguieron a la mañana de la Santa Ana. Sorprendidos quedaron cuando descubrieron entre los asaltantes que tomaron el Hospital Saturnino Lora a dos mujeres. Sorprendidos quedaron cuando Haydee se mantuvo firme al ver el ojo que le habían sacado a su hermano Abel. «Si él no habló, yo tampoco», mientras Melba, la otra heroína se mantenía a su lado, firme también. «Le sacaremos el otro», amenazaron las bestias, y lo cumplieron. Cegaron la vida del segundo jefe de la acción, el mejor y más devoto discípulo de Fidel Castro. Pero ella se mantuvo inclaudicable. «También asesinamos a tu novio», dijeron y si Haydee tembló, lo hizo por dentro, nunca por fuera.

En su cabeza la misma convicción que hasta la muerte había defendido su hermano: el que debe vivir es Fidel. No por fanatismo ni falsas idolatrías, sino porque Fidel era el cambio, era la Revolución, era la promesa de una sociedad con todos y para el bien de todos. Por eso Haydee Santamaría no se marchitó, porque el movimiento continuaba y necesita de su luz.   

Poco más de un año estuvo en prisión. Después apoyó el desembarco del Granma y tomó las calles de Santiago por asalto junto a Vilma Espín y Frank País. Estuvo en la Sierra, conoció al Che Guevara y a Camilo Cienfuegos. Marchó al exilio y regresó, un día después del triunfo del 1ro. de enero de 1959: el día más feliz de su vida. Después de 5 años, 5 meses y 5 días de aquel 26 de julio, la sangre derramada por Abel, Boris, Tasende, y otros tantos, germinaba en alegría compartida por estudiantes, obreros, campesinos, hombre y mujeres humildes de la Patria.

Empezó entonces la nueva era. La luz que irradiaba Yeyé ahora se contagiaba del internacionalismo propio de la Revolución cubana. Su sueño de partir junto al Che a luchar por otros pueblos se transformaba en la creación del centro insignia de la batalla por la cultura en el continente. La Casa de las Américas se convirtió, con ella al frente, en el nuevo bastión de lucha ideológica y antiimperialista.

La muerte del Che en 1967 fue un duro golpe del que no se recuperó. La muerte de su amiga Celia Sánchez en 1980 fue quizás el golpe definitivo. Cautivó a todas las personas que se cruzaron por su vida: dejó huellas imborrables en su esposo y compañero de luchas Armando Hart, en su amigo y segundo de La Casa, el entrañable Retamar, en su jefe, Comandante y hermano mayor más fiel, Fidel Castro.  

Todos ellos han escrito sobre ella o la han recordado en sus palabras. Por estos días leí una compilación de testimonios sobre Haydee de diferentes personalidades de la cultura y la política en las que dejó su huella. También algunos textos en los que ella rememoraba su participación en el asalto al Moncada. Aparecen en el libro Haydee Santamaría. Vidas rebeldes, una de las colecciones de la editorial Ocean Sur.

Y obviamente que lo fue: rebelde contra los estereotipos machistas de la época que condenaban a las mujeres a no meterse en política; rebelde contra una tiranía que tenía a los cubanos en cadenas y en oprobio, sumidos; rebelde contra la muerte que le arrebató a sus seres más queridos; y rebelde, incluso contra la vida, el día que decidió que ya no quería seguir viviendo.

Esa rebeldía se multiplicó por décadas en la mujer cubana. La Casa de las Américas no puede erigirse sin mencionarla, sin tenerla presente. Los hombres que hicieron la Revolución no pueden negar su huella. Y hasta la Revolución misma vive, en parte, por esa luz que todavía irradia, desde el monte de los héroes y heroínas, Haydee Santamaría.

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