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Larissa Reisner: literatura y combate

31 oct. 2017
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Un nombre resuena en la epopeya de la Revolución Socialista de Octubre: la escritora, bolchevique y amante de las crónicas periodísticas bélicas Larissa Reisner.

Nació en Polonia. Tuvo una fuerte herencia revolucionaria y desde muy joven comenzaron a ponerse de manifiesto su temperamento rebelde y sus capacidades literarias. Su infancia la pasó en Alemania y creció ligada a los círculos dirigentes de la socialdemocracia alemana, a los que su padre estaba vinculado. Esta temprana experiencia la ató a la lucha obrera, aunque más tarde se desprendería de esta corriente para convertirse en bolchevique.

Al terminar su educación y graduarse de Neurosicología, en 1913, Larisa demostró que su verdadero interés era la literatura. Siendo mujer en una sociedad que negaba derechos a más de la mitad de su población, desafió todo lo que había sido instituido, escribió una obra de teatro titulada Atlántida y publicó sus primeros poemas.

Al estallar la Primera Guerra Mundial comenzó a colaborar asiduamente en el periódico socialista y pacifista que imprimía su padre por sus propios medios. Sus artículos criticaban duramente a la socialdemocracia y al rol que la Segunda Internacional estaba cumpliendo frente a la guerra imperialista. Luego de estos comienzos, su talento se puso al servicio de Máximo Gorki y su publicación Nóvaya Zhizn.

Pero el verdadero camino de Larisa como escritora se cumplió bajo el signo de la guerra. La Revolución tuvo en Larisa a una gran combatiente. En encuentro con la palabra motivadora y su alineación política con el bolchevismo, escribió sobre los clubes obreros y sus debates, sobre la cultura fabril y los intentos de construir teatros en las fábricas.

A pesar de que su gran pasión siempre fue la literatura, luego de la Revolución de 1917, participó de la preservación de monumentos artísticos dentro del Instituto Smolni, como secretaria del comisario Lunacharski. Sin embargo, Larisa estaba ansiosa por librar otra clase de batallas. Después de su colaboración con el arte y la cultura, se convirtió en una política militar, algo muy poco común para una mujer en la época. Combatió con la palabra escrita y con las armas para defender los cimientos de la nueva sociedad socialista rusa.

En 1918 se casó con un joven revolucionario de nombre Fiodor Raskolnikov. Junto con él luchó en el frente oriental y estuvo en el Comisariado del Cuartel General de la Armada en Moscú. Al comienzo de la guerra civil viajó hasta la ciudad de Sviask, cerca de Kazán, donde luchó contra los checoslovacos. Por este tiempo conoció a Trotsky, quien escribió sobre ella: «Larisa Reisner ocupó un puesto importante en el V Ejército, como también en toda la revolución. Esta bella joven que había deslumbrado a tantos hombres, pasó como un meteoro refulgente sobre el fondo de los acontecimientos. A su aspecto de diosa del Olimpo, unía un espíritu finamente irónico y la valentía de un guerrero (...)». Tales palabras, en boca de quien fuera una de las principales figuras de los días del Octubre Rojo, dicen mucho de la verdadera esencia de esta increíble mujer.

Su energía creadora y ánimo aventurero no le permitían quedarse quieta en un mismo lugar durante mucho tiempo. Luego de finalizada la guerra civil, ella y Raskolnikov fueron enviados en misión diplomática a Afganistán donde escribió  y publicó otro libro titulado igual que la nación que los recibió. Durante estos tiempos de paz, la pareja se desmoronó y Larisa entonces regresó a la Unión Soviética.

Pidió a Karl Rádek, Secretario del Comintern y encargado de los asuntos con Alemania, que le enviara a dicha nación con el objetivo de formar parte del movimiento revolucionario que comenzaba a gestarse. Escribió un nuevo arículo allí: «Hamburgo durante las barricadas», que se publicó en el número 1 de la revista Nóvaya Zhizn. No fue la batalla lo que describió Larissa en sus escritos, sino su versión más certera del país. Su buida mirada propone una presentación sin igual de la Alemania de Hindenburg, mitad monárquica, mitad republicana.

A su regreso a Rusia trabajó nuevamente con Trotsky; pero necesitada de acción viajó a los Urales. La adrenalina de quien hace de reportera de grandes acontecimientos la llamaba. Durante meses visitó la cuenca carbonífera del Donetz, las minas de platino de Kytlym, las fundiciones y las textileras de Ivanovo.

Su muerte, con apenas tres décadas de vida, fue una lamentable pérdida. Su impulso y energía vital constituían un valedero ejemplo para las mujeres de su época. Tuvo una existencia pletórica de logros, grandes cambios, emociones, revoluciones, alegrías y tristezas. Sin prestar atención a cánones históricos tuvo el valor de luchar por lo que creía, no solo con las ideas, sino por fuerza de las armas. Abandonó la vida el 9 de noviembre de 1926, con solo 31 años.

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