Contrapunteo

El primero entre iguales

16 nov. 2017
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Tuvo el gran mérito de reinterpretar el marxismo a principios del siglo xx y encabezar la primera gran revolución de la pasada centuria. Rompió radicalmente con los principios de la socialdemocracia y apostó por la construcción del socialismo en el país más atrasado de la cadena capitalista europea. Lideró a los bolcheviques y pasó a la historia después de aquel Octubre Rojo de 1917, que hoy, a cien años del suceso, conserva vigencia y trascendencia histórica.

Vladimir Ilich Lenin entendió, como pocos, que una revolución socialista era posible, allí mismo, en el imperio zarista ruso, y optó por la vía armada para la toma del poder cuando ese era un elemento que no consideraban los teóricos y marxistas de su época.

Obviamente, la revolución fue un momento decisivo, pero constituyó uno de los puntos climáticos de su formación como revolucionario. Lenin —quien había nacido en Sim­birsk, Rusia, el 22 de abril de 1870— se graduó de Derecho en la Universidad de Kazán y allí participa en las luchas estudiantiles en 1887, primer detonante de su espíritu revolucionario. Ocho años después fundaría la Unión para la Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera. Fue hecho prisionero y deportado a Siberia.

Exiliado, se trasladó a Suiza y creo Iskra, medio de prensa en el que plasmaría ideas básicas de su pensamiento anticapitalista. Otro momento importante en la radicalización de su pensamiento fue en 1903 cuando, en el marco del II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), Lenin encabezó la más radical de las tendencias ideológicas que se hallaban en disputa: los Bolcheviques.

El 7 de noviembre de 1917 lideró la rebelión armada. Una vez conquistado el triunfo fue proclamo, por sus iguales, jefe de gobierno. A partir de ese momento empezaría la difícil tarea de construir el socialismo; llevaría a la práctica un experimento que solo se había ensayado a nivel teórico.

En palabras del destacado intelectual cubano Jacinto Valdés-Dapena:

Una lectura marxista de las clases sociales condujo a Lenin a reconocer que, en un imperio mayoritariamente campesino, europeo y asiático, de culturas diversas, múltiples nacionalidades y una compleja formación económico–social, que merece examen aparte, la alianza obrero–campesina constituye uno de los pilares fundamentales del socialismo. A lo largo de su vida, una y otra vez, asociaría la supervivencia de la Revolución a la consolidación de esta alianza.

(…)

Entre sus méritos teóricos y políticos no puede omitirse el rescate que hace de la teoría de Carlos Marx y Federico Engels en torno al Estado y la Revolución, que restaura y actualiza con visión creadora y le incorpora los aportes teóricos, reformados y revisados por la socialdemocracia europea después de la muerte de Federico Engels en 1895.

Con singular humildad, durante su intervención en la III Internacional, insistió en que «la Revolución Rusa no era un ícono para reverenciar, sino una fuente de experiencias que podría aportar sus enseñanzas a otras fuerzas políticas, cuya meta final era el socialismo».

La práctica revolucionaria de Lenin en el gobierno fue muy útil para el proceso socialista que se pretendía construir. Teorizó sobre el Partido y su misión en la sociedad, entendió la necesidad de una vanguardia entre la masa revolucionaria, aportó concepciones acerca del centralismo democrático e incentivó la organización partidista, la agitación y la propaganda.

Lamentablemente su vida fue más corta de lo que hubiésemos deseado. En agosto de 1918 sufrió un atentado provocado por una anarquista. Aunque no resultó letal, deterioró su salud de modo nefasto y murió finalmente el 21 de enero de 1924.

De su desempeñó histórico habría que reconocerle, además, la firma de la Paz de Brest–Litovsk en 1918. Aunque controversiales y criticadas años después, también fue meritoria la forma en que adoptó dos políticas — la política de Comunismo de Guerra, adoptada en 1918, y la Nueva Política Económica (NEP) que en 1921 significó un retroceso en el campo de la economía socialista, con importantes secuelas en el orden ideológico y político—en tanto las consideró opciones imprescindibles para mantener el socialismo conquistado.

Por último, habría que volver sobre su obra escrita y teórica. Sus textos elaborados entre 1919 y 1923 son claves para comprender sus tesis fundamentales acerca de la transición al socialismo en la Rusia soviética. Cien años después, podemos asegurar que la esencia de aquella legendaria revolución marcaría los futuros movimientos antiimperialistas, anticolonialistas y socialistas de América Latina y el mundo entero. 

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