Política

Poder permanente y poder temporal en A. Latina: un debate pendiente (1ra parte)

31 ene. 2018
Roberto Regalado Álvarez

Introducción

 

En medio de la vorágine de dos convulsos procesos universales de gran envergadura y signo negativo, entre las décadas de 1980 y 1990 la izquierda latinoamericana tuvo que refundarse para sobrevivir en un mundo en cambio. Uno de estos cambios fue el agravamiento de la crisis sistémica del capitalismo provocado por el agotamiento de la capacidad de reproducción expansiva del capital, que intensificó la concentración de la riqueza y la exclusión social, legitimada y guiada por la doctrina neoliberal. El otro fue la crisis terminal del llamado socialismo real que desembocó en la implosión del bloque europeo oriental de posguerra, incluido su núcleo fundamental, la Unión Soviética, entre cuyas consecuencias resaltan el cambio en la correlación mundial de fuerzas a favor del imperialismo, en especial, del imperialismo norteamericano, y el descrédito en que en un primer momento quedaron sumidas las ideas de la revolución y el socialismo.

 

Mientras los países socialistas de Europa se desmoronaban, la Revolución Cubana resistía el recrudecimiento del bloqueo y el aislamiento imperialista, y las organizaciones revolucionarias político?militares latinoamericanas de los años sesenta, setenta y principios de los ochenta desaparecían o negociaban acuerdos de paz y se transformaban en partidos políticos legales, se abría una nueva etapa de luchas en la que los movimientos sociales populares en contra del neoliberalismo y de toda forma de opresión y discriminación alcanzaban un auge y una efectividad sin precedentes, y surgían nuevos partidos, organizaciones, frentes y coaliciones políticas «multitentencias», en los que convergían líderes, lideresas, activistas, militantes y simpatizantes de organizaciones sindicales, campesinas, femeninas y de otros sectores populares, partidos progresistas y democráticos, organizaciones marxistas de corrientes políticas e ideológicas divergentes que hasta ese momento se habían excluido entre sí, movimientos político?militares también diversos, y mujeres y hombres del pueblo en general.

 

De manera aparentemente paradójica, en momentos en que se enseñoreaba la tesis del fin de la historia, las nuevas fuerzas progresistas y de izquierda de América Latina ocuparon espacios hasta entonces vedados o en extremo restringidos en gobiernos locales y legislaturas nacionales, y desde finales de esa última década, sus candidatos y candidatas fueron electos, y en la mayoría de los casos varias veces reelectos, a la presidencia en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras y Paraguay. Esta paradoja aparente es el resultado de al menos cuatro factores: el acumulado histórico de las luchas populares, en especial, durante la etapa histórica abierta por el triunfo de la Revolución Cubana; el rechazo a los métodos represivos de dominación tradicionalmente utilizados en la región, en particular, por los Estados de seguridad nacional de las décadas de 1960 a 1980; el auge de las luchas populares contra el neoliberalismo, que tributa a la organización y la lucha política electoral; y el voto de castigo de amplios sectores sociales contra los gobiernos y las fuerzas políticas neoliberales.

 

Debido al devastador impacto político e ideológico de la caída del «socialismo real» y a la política del imperialismo y las oligarquías latinoamericanas destinada a evitar que fuerzas revolucionarias ocuparan espacios en los poderes e instituciones del Estado y a cooptar a quienes abandonaban la lucha por la emancipación, los órganos de dirección y la capacidad decisoria de las fuerzas progresistas y de izquierda multitentencias nacidas en ese momento, fueron copados por lo hoy conocemos como «progresismo», por lo general, proveniente de sectores democráticos de los partidos tradicionales, y por lo que podríamos llamar la «nueva socialdemocracia latinoamericana».

 

Lo esencial de la nueva socialdemocracia latinoamericana no es que esté integrada por partidos miembros de la Internacional Socialista, aunque algunos pertenezcan a ella; tampoco que sean fuerzas políticas que se consideren a sí mismas como socialdemócratas, aunque algunas lo hagan. Ese nuevo vector, agrupamiento o tendencia está compuesto por una amalgama de corrientes políticas e ideológicas que sería imposible caracterizar aquí. Al margen de cualquier elemento organizativo o doctrinario de la socialdemocracia tradicional que pueda estar presente en él, lo esencial es que piensa y actúa de manera muy similar a la socialdemocracia europea de finales del siglo XIX y las primeras seis décadas del XX.

 

Un elemento básico de su pensamiento es asumir la maniquea concepción de la democracia burguesa como sistema político supuestamente imparcial e incluyente, que en América Latina solo funcionó con relativa estabilidad en Uruguay y Chile, y solo lo hizo mientras el imperialismo las oligarquías de esos dos países no identificaron a la izquierda como una amenaza al sistema, pero tan pronto como las percibieron como tales, en ambos implantaron férreas dictaduras. Otro elemento que lo caracteriza es el juego de roles «socialdemócrata» realizado por la dirección de esas fuerzas, que usan a su «ala izquierda» para atraer el voto de los sectores populares en tiempo de campañas electorales, y le entrega al «ala derecha» la «joya de la Corona» cuando ocupa el gobierno, es decir, el control del gabinete económico, que sigue funcionando con esquemas neoliberales «moderados».

 

En el momento en que se produjo la refundación de la izquierda latinoamericana, se llegó a hablar de una supuesta ruptura epistemológica con la historia anterior de la humanidad, un «borrón y cuenta nueva» con la historia de la dominación y las luchas emancipadoras que le impidiera a las viejas generaciones mantener vivos sus ideales, sus principios y sus objetivos políticos, económicos y sociales, y a las nuevas generaciones conocer y comprender de dónde vienen y decidir con fundamento hacia dónde quieren ir. Se daba por sentado que ya no había clases sociales, ni contradicciones antagónicas, ni ideologías, ni necesidad de organización política popular, más allá de los partidos como pragmáticos aparatos electorales. Se acuñó el término «democracia sin apellidos», sistema político y electoral pretendidamente imparcial e impoluto, que no estaría sometido a la presión y la injerencia de los centros de poder imperialista, ni a la acción de los defensores de los intereses de las oligarquías criollas incrustados en los poderes del Estado y organizados en poderes fácticos. Los opresores de antaño reconocerían civilizadamente sus derrotas electorales y, con igual civilismo, le permitirían gobernar a las fuerzas progresistas y de izquierda, frente a las cuales se limitarían a realizar la comedida función opositora característica de la alternancia entre partidos del sistema. El triunfo electoral sería, supuestamente, el «acceso al poder», es decir, una híper simplificación y equiparación absurda de los conceptos gobierno y poder. De ahí parte la sorpresa e incomprensión que incluso hoy, después de haber sido expulsadas del gobierno o estar en riesgo de serlo –sin haberlo visto venir, ni saber, a ciencia cierta, cómo evitarlo y revertirlo–, y de haber sido criminalizadas y judicializadas, o de estar a punto se serlo, siguen manifestando el progresismo y la nueva socialdemocracia latinoamericana, y también de ahí que la mayor parte de los análisis y reflexiones publicados al respecto, se limiten a denunciar las manipulaciones, transgresiones y violaciones que la derecha hace contra los gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda, y poco o nada se mencionen las deficiencias y errores de estas últimas que contribuyeron torcer la correlación regional de fuerzas en su contra. No es que los elementos reales de la situación política de la región fueran ignorados por todas y todos los dirigentes, cuadros y militantes de estas organizaciones, sino que sus liderazgos desconocieron, negaron o subestimaron la crecientemente deteriorada correlación de fuerzas sociales y políticas, la cual debieron haber reconocido, enfrentado y revertido cuando tenían mayores y mejores posibilidades de hacerlo, en lugar de acorralarse haciendo más concesiones al capital, que nunca cesó de intentar expulsarlos de los espacios por ellos democráticamente conquistados, y de divorciarse más de sus base sociales y de los electores que en comicios anteriores les dieron su voto, no porque compartiesen sus ideas, sino como castigo a la derecha neoliberal. De esa manera perdieron el voto fluctuante no comprometido de amplios sectores sociales, y fomentaron la abstención de castigo de sus propias bases sociales.

 

Nada más lejos de la intención de estas líneas que dibujar una grosera caricatura monolítica de los gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda de América Latina. En cada país, la lucha de esas fuerzas se desarrolla en condiciones singulares. Pero, en sentido general, pueden hacerse cuatro agrupamientos sobre la base de similitudes y diferencias:

 

  1. En Venezuela y Bolivia, la izquierda estableció su control sobre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y en Ecuador, sobre los poderes ejecutivo y legislativo, en virtud de la ruptura o debilitamiento extremo de la institucionalidad neoliberal, factor que les permitió hacer cambios políticos inmediatos y radicales dentro del sistema social capitalista y del sistema político de democracia burguesa, a través de la adopción de nuevas Constituciones. Los procesos políticos de estos países tienen en común que el liderazgo personal de Chávez, Evo y Correa fue el elemento dominante en torno al que se construyeron y actuaron sus respectivas fuerzas políticas, y que entre sus prioridades resaltan la recuperación de los recursos naturales, y sus políticas democratizadoras, de redistribución de riqueza y desarrollo social.

 

  1. En Nicaragua y El Salvador el elemento común consiste en que las fuerzas de izquierda gobernantes eran movimientos revolucionarios político?militares devenidos partidos políticos legales. En Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional conquistó el poder político mediante una guerra revolucionaria, y años después fue desplazado de él por la agresión indirecta del imperialismo norteamericano, pero logró conservar el control de una parte de las instituciones del Estado y una correlación social y política de fuerzas gracias a lo cual dieciséis años después ha logrado ganar tres elecciones presidenciales consecutivas, y recuperado el control de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En El Salvador, tras doce años de guerra revolucionaria, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional obligó al imperialismo norteamericano y la oligarquía salvadoreña a firmar unos acuerdos de Paz, en virtud de los cuales por primera vez en la historia nacional se abrieron espacios democráticos, en los que esa organización político?militar se transformó en partido político legal y devino la segunda fuerza política del país, hasta que en 2009 y 2014 logró ocupar el poder ejecutivo.

 

  1. En Brasil, el Partido de los Trabajadores se convirtió en el núcleo de la coalición que ejerció el gobierno, y en Uruguay el Frente Amplio estableció su control sobre los poderes ejecutivo y legislativo del Estado, en ambos casos, debido al auge de las luchas sociales y populares, combinado con el voto de castigo de amplios sectores sociales contra los gobiernos neoliberales que les antecedieron. A diferencia de Venezuela, Bolivia y Ecuador (donde existían crisis políticas), en Brasil y Uruguay el debilitamiento institucional no era suficiente para permitir la realización de cambios políticos radicales, y tampoco ha habido el consenso dentro de sus respectivas fuerzas progresistas y de izquierda multitendencias para emprenderlos. Si bien los liderazgos personales, en especial el de Luiz Inácio Lula da Silva y en menor medida el de Tabaré Vásquez, jugaron importantes papeles en sus triunfos electorales, en ambos casos hubo una mayor correspondencia entre el liderazgo personal, y la fortaleza y madurez de esas fuerzas políticas.

 

  1. En Argentina, Honduras y Paraguay, debido a la debilidad y atomización de las fuerzas políticas progresistas y de izquierda, las coaliciones que ocuparon el poder ejecutivo en Argentina y Honduras fueron lideraras por figuras democráticas provenientes de partidos tradicionales, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en la primera y Manuel Zelaya en la segunda, y una figura proveniente de la Iglesia Católica, Fernando Lugo, en Paraguay.

 

El rol dominante que ejercen el progresismo y la nueva socialdemocracia latinoamericana se aprecia con mayor nitidez en los partidos, organizaciones, frentes y coaliciones políticas «multitentencias» que ejercieron o aún ejercen el gobierno en Argentina, Brasil, Uruguay. Pero eso no significa que sea un fenómeno circunscrito a esos tres países de América del Sur. Por el contario, es un fenómeno manifiesto en toda América Latina: 

  • por una parte, está presente, en mayor o menor medida, en toda fuerza progresistas y de izquierda que ejerce o ha ejercido el gobierno, aunque su liderazgo principal y su rumbo estratégico se orienten a la transformación social revolucionaria, pues son fuerzas plurales que incluyen a dirigentes, cuadros, militantes y corrientes internas partidarias del progresismo y/o de la nueva socialdemocracia

 

  • por la otra, monopoliza la dirección de numerosos partidos, organizaciones, frentes y coaliciones que no son objeto de análisis en este ensayo porque no ocupan, ni han ocupado el gobierno

 

En cuanto a Honduras y Paraguay, en la primera predominó el elemento del candidato presidencial de un partido tradicional que «se dio vuelta», y en el segundo, se trató de una figura de la Iglesia cuyas posibilidades electorales lo convirtieron el punto de convergencia de fuerzas burguesas y fuerzas populares que buscaban quebrar el monopolio del poder ejercido por el Partido Colorado, sin que en uno u otro caso hubiese fuerzas progresistas y de izquierda fuertes, bien organizadas y maduras.

 

En el complejo escenario reseñado en las páginas anteriores, con intenso fulgor brilló la labor política, ideológica y pedagógica del principal líder histórico del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Schafik Jorge Hándal, quien como he dicho en muchas ocasiones y seguiré diciendo, en mi opinión, fue el intelectual y dirigente político revolucionario que mejor comprendió y explicó el impacto que en la izquierda latinoamericana tenía el efecto combinado de la globalización neoliberal y el derrumbe de la URSS, y formuló valiosas consideraciones y recomendaciones organizativas, políticas e ideológicas para la refundación revolucionaria del FMLN y la izquierda latinoamericana en general. En su natal El Salvador, junto a otras compañeras y compañeros, Schafik lideró la batalla política e ideológica, y encabezó el trabajo educativo, para que el FMLN no se convirtiera en una más de las fuerzas políticas de la nueva socialdemocracia latinoamericana, ni en un partido dogmático que repitiera los errores del Partido Comunista de la Unión Soviética y otros que copiaron su modelo.

 

Quienes estudiamos, compartimos y continuamos aplicando y desarrollando las ideas de Schafik, no nos sorprendemos del cambio en la correlación social y política de fuerzas ocurrido en los últimos años en detrimento de los gobiernos y partidos progresistas y de izquierda de América Latina. Las líneas que a continuación siguen están dedicadas a exponer, en forma sintética, algunos elementos de caracterización del poder en la sociedad capitalista y sus correspondientes consideraciones sobre la lucha por la conquista o la construcción de un poder socialista, temas a los que Schafik dedicó gran atención, entre ellos la interrelación entre poder permanente y poder temporal, con la esperanza de que esto facilite una mejor comprensión del porqué de los cambios ocurridos en la correlación de fuerzas en detrimento del progresismo y la izquierda latinoamericanos, y contribuya a darle en necesario vuelco a esa situación.

 

El problema del poder

 

Desde la irrupción del marxismo en el entonces incipiente pensamiento socialista, ocurrido con la publicación, en 1848, delManifiesto del Partido Comunista, quedó planteada la necesidad de luchar por el poder, en aquel momento solo potencialmente accesible por medio de una revolución que rompiera de manera tajante con el sistema de dominación del capital. Con el salto el desarrollo económico y social dado por las principales potencias capitalistas en virtud de la Segunda Revolución Industrial, a partir de la década de 1860 comienza a entretejerse en ellas la democracia burguesa, impulsada por la interacción de dos factores:

 

  • uno es la posibilidad y necesidad que tiene la burguesía de sustituir la dominación violenta, históricamente ejercida por el capitalismo, por la hegemonía burguesa, proceso cultural mediante el cual las clases dominadas asumen como propios los valores y la ideología de la clase dominante. Marx dijo que «el capital nace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies», y esa violencia ya no se correspondía con los avances del sistema de producción capitalista en sus puntos de máximo desarrollo, aunque sí se continuara empleando en el resto del mundo, en particular, en el mundo colonial, cuya despiadada explotación sustenta la «democratización» de Europa Occidental y Norteamérica

 

  • el otro es la lucha de los movimientos obrero, socialista y femenino, los cuales le arrancan a la burguesía concesiones políticas y sociales que esa clase dominante no estaba dispuesta hacer por su propia iniciativa. Hitos es este proceso fueron la ampliación del derecho al voto –primero a todos los hombres y después a las mujeres– y la legalización de partidos socialistas que se inicia en Alemania en la década de 1880

 

La democracia burguesa introduce cambios fundamentales en la naturaleza, la ubicación y el ejercicio del poder, que en el feudalismo era detentado por la Corona sobre la base de la correlación de fuerzas entre el rey o la reina y los señores feudales con los que intercambiaba privilegios por servicios, y que en etapas previas del capitalismo era ejercido por la Corona sobre la base de negociaciones con la naciente burguesía con la cual intercambiaba concesiones por préstamos.

 

En el nuevo estadio del desarrollo económico y político del sistema capitalista, el poder se desdobla en «poder permanente» y «poder temporal»:

 

  • El poder permanente no lo ejerce una persona; es la síntesis de una compleja, contradictoria y dinámica interacción y lucha entre grupos de la clase dominante que pugnan por imponer su hegemonía, al tiempo que comparten el interés vital de garantizar la reproducción permanente del capitalismo. Como resultado de la siempre creciente concentración del capital, el poder permanente deja de ser nacional y deviene transnacional, cambio cualitativo identificable en la década de 1970, a partir de la cual el sujeto rector del poder permanente es la oligarquía financiera transnacional, compuesta por las oligarquías de los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, en ese orden, a la que se subordinan las clases dominantes de cada país

 

  • El poder temporal es el ejercido por la fuerza política que, en cada nación, ocupa el Poder Ejecutivo del Estado, es decir, el gobierno, durante un período determinado, sujeto a alternancia o continuidad mediante elecciones periódicas, según lo establecido en la Constitución y las leyes

 

La democracia burguesa se caracteriza por la división y búsqueda de un equilibro entre los poderes del Estado, a saber, el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial, entramado institucional concebido para forzar y canalizar la solución de contradicciones y promover la creación de consensos, en primer término, entre los grupos de poder políticos y económicos de la clase dominante y, en segundo lugar, entre las clases y sectores sociales dominantes y dominados.

 

Cada nación es un escenario de la interacción entre poder permanente y el poder temporal. Función esencial de la democracia burguesa y su división de poderes, es hacer que el poder temporal se ejerza en correspondencia con los dictados del poder permanente. En esta misma dirección operan poderes fácticos de primera importancia, como el militar, el económico y el mediático. De ello se deriva que la fuerza política que ocupe el gobierno ejerce el poder temporal con mayor discrecionalidad en la medida en que cuente con una mejor correlación de fuerzas en la legislatura y los tribunales, y reciba un mayor apoyo de los poderes fácticos.

 

La democracia burguesa es una de las formas de dominación y subordinación ejercidas de clase por la burguesía. Es el tipo de democracia que se corresponde con la sociedad capitalista, pero no en todas las naciones capitalistas hay democracia burguesa: en muchas imperan otras formas de dominación y subordinación, entre ellas, la dictadura, el autoritarismo e incluso la monarquía absoluta.

 

El sistema político democrático burgués es democracia para los grupos económicos y políticos más poderosos de la clase dominante –los únicos que compiten entre sí en condiciones de «igualdad»–, y es dominación y subordinación para el resto de la sociedad. Su basamento es el sistema de partidos políticos cuyos candidatos y candidatas asumen (en realidad se apropian de) la representación ciudadana en los poderes del Estado mediante elecciones. Sin menoscabo de esa definición, en los países donde los postulados de la democracia burguesa se llevan realmente a la práctica –en función de garantizar la reproducción de la hegemonía de la clase dominante–, dicho sistema político incluye la participación y representación de las clases dominadas, por lo que constituye un espacio de lucha social y política en que los sectores populares pueden arrancarle concesiones a la burguesía y hasta ocupar espacios en el Estado.

 

La modalidad de democracia burguesa imperante en la actual etapa de descomposición del sistema capitalista universal, que lo compulsa a blindar al Estado para eliminar la redistribución de riqueza y la asimilación de demandas sociales, es la «democracia neoliberal», que mantiene los elementos formales de la democracia burguesa tradicional pero busca restringir la alternancia en el gobierno solo entre partidos y candidatos neoliberales. Por supuesto que este concepto encierra un contrasentido porque la democracia y el neoliberalismo son antitéticos. Pero si partimos de la premisa marxista de que la democracia es una forma de dominación y subordinación social, el concepto queda claro, pues el neoliberalismo es la doctrina que en la actualidad legitima y guía esa dominación y subordinación. En última instancia, no solo el neoliberalismo es antitético con la verdadera democracia: también lo es el liberalismo y cualquier otra escuela de pensamiento que defienda los intereses del capital.

 

continuará...

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