2 mar. 2020
El juicio a Julian Assange, fundador de Wikileaks, es una metáfora perfecta de como opera hoy el imperialismo estadunidense en el mundo. Son las fuerzas armadas, el Departamento de Estado y la CIA los que causaron miles de muertos en Afganistán, Irak, Libia o Siria, pero es a quien mostró al mundo esos crímenes a […]
El juicio a Julian Assange, fundador de Wikileaks, es una metáfora perfecta de como opera hoy el imperialismo estadunidense en el mundo. Son las fuerzas armadas, el Departamento de Estado y la CIA los que causaron miles de muertos en Afganistán, Irak, Libia o Siria, pero es a quien mostró al mundo esos crímenes a quien se quiere condenar a 175 años de cárcel por 18 delitos (17 de ellos tipificados por la Ley de Espionaje de 1917, aprobada con motivo de la I Guerra Mundial).
Lo ha expresado Rafael Correa de manera contundente. Si las revelaciones de Assange hubiesen sido sobre China o Rusia, en Washington ya se hubiera construido el Memorial Assange en defensa de la libertad de expresión y contra los crímenes de guerra.
Pero en esta era digital se mata al mensajero, sea este australiano, como Assange, o estadunidense, como Chelsea Manning, que pasó 7 años en prisión (de una condena de 35 años conmutada por Obama). Exactamente 7 años más que cualquier analista de inteligencia estadunidense que haya torturado civiles afganos o iraquíes.
También 7 años (2 mil 487 días) fueron los que Julian Assange pasó refugiado en la embajada de Ecuador en el Reino Unido tras la retirada de su condición de asilado político por un Lenín Moreno subordinado a los intereses de Estados Unidos.
Si de algo es culpable Assange es de habernos abierto los ojos ante los crímenes de guerra estadunidenses, de ponernos delante los manuales de tortura de Guantánamo, o el video Collateral Murder, donde helicópteros AH-64 Apache abrían fuego en las calles de Bagdad y masacraban a 11 civiles (entre ellos dos colaboradores de la agencia de noticias Reuters). Manuales e imágenes que hacían difícil mirar para otro lado ante los crímenes de guerra cometidos por Estados Unidos y sus aliados a lo largo y ancho del planeta.
Pero torturas y masacres de civiles son solo la punta del iceberg de una nueva era digital donde ya no existe privacidad, y aunque hay una libertad de comunicación aparente gracias al Internet, nuestras comunicaciones son espiadas y se ha militarizado el ciberespacio y la vida civil en general.
Wikileaks hizo emerger el iceberg y de repente se convirtió en un elefante que estaba ante nosotros y no nos permitía mirar hacia otro lado. Gracias a Wikileaks conocemos qué es SIPRNet, un protocolo secreto de redes de enrutado de Internet que opera el Departamento de Defensa para alojar información confidencial.
Las filtraciones de Collateral Murder o Irak War Logs en abril y octubre de 2010, abrieron el camino para que en 2013 Edward Snowden filtrara la información sobre los programas PRISM y Xkeyscore de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) estadunidense. Programas que servían para obtener y analizar de forma masiva datos y metadatos recogidos de compañías como Google, Facebook o Apple.
Es por mostrarnos como operan el imperio de la vigilancia y el imperialismo en la era digital, una alianza entre los aparatos militares de seguridad y las grandes empresas de Internet, que Snowden está refugiado en Rusia, y a Assange se le retiene en la prisión de alta seguridad de Belmarsh, Londres, mientras se le juzga con el propósito de extraditarlo a Estados Unidos en un juicio que será retomado entre el 18 de mayo y el 5 de junio. Mientras tanto, la primera semana de juicio a Snowden se ha convertido también en una metáfora de lo que le espera al fundador de Wikileaks en caso de ser extraditado: el primer día de juicio fue desnudado dos veces, retenido en cinco celdas diferentes y esposado 11 veces.
Más allá de lo que dictamine un tribunal de un aliado estratégico de EU en la OTAN, tanto el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas como la Corte Interamericana de Derechos Humanos han calificado de detención arbitraria la situación de Snowden, e insistido en la necesidad de garantizar el asilo. Por no hablar de la condena mundial al intento de censurar la libertad de expresión, en un caso amparado por la Primera Enmienda a la Constitución de Estados Unidos. Resulta paradójico que en 2020 estemos debatiendo recorte de derechos que si se hubiesen producido hace 50 años, hubiesen imposibilitado el escándalo de Watergate y la renuncia de Nixon.
Es por ello que el juicio al fundador de Wikileaks es un juicio contra la libertad de expresión, porque como dijo el propio Assange: Cada vez que somos testigos de una injusticia y no actuamos somos más pasivos ante su presencia y con ello podemos llegar a perder toda habilidad para defendernos y para defender a quienes queremos.
Pero además, el juicio a Assange es la posibilidad de manifestarnos contra el imperialismo de la era digital y el imperio de la vigilancia que construye. Lo dijo el propio Snowden: No quiero vivir en un mundo donde todo lo que yo diga o haga, toda persona con quien yo hable, toda expresión de creatividad, amor o amistad sea grabada.
No queremos que los gobiernos vigilen de forma indiscriminada a sus ciudadanos, pero sí queremos una ciudadanía que mantenga observada a las cloacas del poder para que respondan por los crímenes cometidos en guerras de despojo por los recursos naturales del planeta.
Katu Arkonada. Politólogo vasco-boliviano, especialista en América Latina
Tomado de La Jornada