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Venezuela votó en rojo

18 oct. 2017
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El mapa político venezolano sigue siendo predominantemente rojo. Las elecciones regionales del 15 de octubre dieron la victoria al chavismo en 18 de los 23 Estados en disputa. Solo cinco gobernaciones quedaron en manos de la oposición, aunque es importante señalar que se trata de territorios estratégicos para el país: dos de ellos —Táchira y Zulia— fronterizos con Colombia, donde el trasiego ilícito de mercancías —incluyendo divisas— y el paramilitarismo son un peligro real; Nueva Esparta, estado insular de potencial turístico; Mérida, conocida por ser una ciudad marcadamente estudiantil; y Anzoátegui entre los más extensos y poblados del país, que forma parte del área por la que se extiende la faja petrolífera del Orinoco, la de mayores reservas probadas de hidrocarburo en el mundo, certificadas por la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP.

Si bien esos son entonces triunfos importantes para la derecha agrupada, mas no unida, en la coalición Mesa de Unidad Democrática, la alianza oficialista Gran Polo Patriótico Simón Bolívar fue la indiscutible victoriosa. En primer lugar, porque, contra todo pronóstico, los chavistas se impusieron por ancho margen. Las encuestadoras advertían que la oposición arrasaría con las gobernaciones y sus sondeos más conservadores daban números cercanos al empate de las fuerzas políticas, sin embargo, la ciudadanía, en las urnas, expresó otra voluntad. En segundo lugar, el chavismo se posicionó en Estados históricamente dominados por sus contrarios. A todas luces, el triunfo más representativo para el ejecutivo bolivariano fue Miranda, una gobernación liderada por la derecha desde el año 2008 y con prácticamente un mismo rostro: Henrique Capriles Radonsky, quien solo se apartó de su puesto para competir por la silla presidencial en dos oportunidades. Podríamos decir que el departamento mirandino es centro del lobby político antichavista, plaza habitual de las manifestaciones pacíficas y violentas para desviar o torcer el curso de la Revolución Bolivariana. Ahora, el joven de 34 años Héctor Rodríguez, con una trayectoria amplísima que va desde dirigente estudiantil hasta vicepresidente de la nación, pasando por al menos por 4 carteras de gobierno, se hace con el timón de este sitio.

Una comparación con las elecciones anteriores de este tipo, daría un mínimo retroceso de los chavistas, pues en 2012 el panorama quedó 20 Estados rojos frente a 3 azules. Pero el contexto era otro bien distinto. Hugo Chávez era aún Jefe de Estado, de hecho, había acabado de ganar una elección presidencial apenas dos meses antes de los comicios para gobernadores. La correlación de fuerzas en América Latina aún era favorable a la izquierda con varias administraciones progresistas coexistiendo y apostándole a la unidad continental.

El proceso del 15-O transcurrió en una paz inusitada, si tenemos en cuenta que meses atrás las calles del país ardieron literalmente, hubo entonces largas jornadas de paralización total y más de un centenera de personas perdió la vida como resultado de una ola de violencia instigada por la oposición con el único fin de derrocar el gobierno de Nicolás Maduro.

El freno al arrebato político de los opositores que llegó a extremos terroristas se lo puso la Asamblea Nacional Constituyente, otro acto de democracia que en un cortísimo lapso ha tenido lugar en Venezuela. En resumen, dos elecciones consecutivas que, aún así, no satisfacen las aspiraciones opositoras porque en ambas han salido perdedores.

Una de las matrices recurrentes es lanzar la acusación de fraude. No valen los informes de los observadores internacionales que en ésta como en tantas ocasiones han certificado la transparencia y efectividad del engranaje electoral venezolano. Expertos de América Latina y Europa, fundamentalmente un grupo de veedores españoles —un país en el que se habla más de Venezuela que de cualquier otro sitio del mundo— aseguraron tras los comicios regionales que: «el sistema electoral venezolano es uno de los mejores –si no el mejor– del mundo, incomparablemente más seguro, e invulnerable a toda interferencia, que el que está en práctica actualmente en España y otros países europeos. Por tanto, no entendemos que las autoridades de los países de la UE, además de EEUU, asuman de antemano, sin pruebas ni verificación alguna, las acusaciones de fraude vertidas por la oposición venezolana».

Y es que además de contar con un sistema automatizado, de permitir la intervención de testigos opositores en cada uno de los sitios y fases del proceso, se realizaron además numerosas auditorías y comprobaciones aleatorias a las mesas electorales para verificar los resultados, los cuales están respaldados también por un alto nivel de participación —61%— si se busca el historial de afluencia vs. abstención en las últimas dos décadas.

Y fuera del país, el escenario se ha vuelto igualmente predecible. Los autoproclamados como comunidad internacional, dígase Estados Unidos y Europa, han desconocido cada uno de los pasos dados por Caracas y se montan en el discurso opositor que únicamente corea «elecciones libres» como si las realizadas hubiesen estado atadas de alguna forma. Entienden que solamente una contienda presidencial podría ser la medicina para su desasosiego. Un poco de paciencia bastaría, la Constitución establece que haya presidenciales el próximo año y Maduro así lo ha ratificado: «En el 2018, llueva, truene o relampaguee, en Venezuela hay elecciones presidenciales».



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