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Samantha Power y la USAID: Claves de su pensamiento político

22 mar. 2021
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El 13 de enero pasado, el presidente estadounidense Joseph Biden decidió nominar como administradora de la USAID a Samantha Power, quien se desempeñó como embajadora ante la ONU en el último mandato de Obama. El mandatario ha determinado que la persona que ostente ese cargo ocupará un puesto en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, lo que evidencia la importancia que le está confiriendo a esta agencia en el proceso de formulación e implementación de su política exterior.   

Samantha nació en septiembre de 1970 en Londres. Su madre Vera Delany estudió medicina y se especializó en trasplante de hígado. Su padre nombrado Jim Power era estomatólogo. Vivió en Dublín parte de su infancia y cuando tenía 9 años emigró con su madre y hermano a Estados Unidos. De acuerdo a su último libro publicado en el 2019 que es una autobiografía titulada: La educación de una idealista,comenzaron a vivir como emigrantes en un país que nunca habían visitado. La mayor parte de su adolescencia la experimentó en Atlanta. Realizó estudios de licenciatura en Historia en la elitista Universidad de Yale donde se graduó en 1992.

Sus primeras experiencias profesionales estuvieron vinculadas con el periodismo investigativo sobre temáticas asociadas a las relaciones internacionales. Con 22 años se desempeñó como corresponsal para la publicación US News & World Report en la guerra de Bosnia entre 1992 y 1995. Cuando retorna a territorio estadounidense, fundó el Proyecto sobre Derechos Humanos en la Escuela Kennedy de la universidad de Harvard. En este centro de altos estudios, Samantha culminó su doctorado en Derecho en 1999.

Como parte de su motivación por la investigación y, en especial, en el área de los derechos humanos en el año 2002 publicó uno de sus principales libros titulado: Un problema del infierno: América y la era del genocidio. Una de las tesis principales del texto fue argumentar la «legitimidad» de las intervenciones militares por motivos humanitarios cuando un estado «comete atrocidades contra su propio pueblo». La obra fue reconocida con el prestigioso premio Pulitzer en el 2003.  

A partir de la notoriedad que alcanzó con la divulgación del libro, recibió varios reconocimientos por las influyentes revistas Time y Foreign Policy que la consideraron una de las 100 personas más influyentes del mundo y entre las principales pensadoras globales, respectivamente. Posteriormente en el 2005, cuando tenía 34 años fue invitada a sostener un intercambio con el entonces senador Barack Obama, quien se había leído su libro y quería conocerla.  Al final del encuentro, ella se ofrece para trabajar para él como parte de sus asesores en la oficina del Senado. Se desempeñó en esa responsabilidad hasta marzo del 2008.

Se involucró como una de las principales consejeras de Obama durante la campaña presidencial y tuvo que renunciar cuando públicamente criticó a Hillary Clinton calificándola como un «monstruo». Cuando asume el primer afroamericano como presidente de esa nación en enero de 2009, Samantha es designada como asistente especial del presidente y directora de Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca.  

Según la revista estadounidense New Yorker, en el 2011 Power «fue la primera y más activa promotora de las acciones agresivas contra Libia». De acuerdo a uno de los funcionarios que participaba en las reuniones donde se debatían las opciones políticas que debían emprenderse contra ese país, Samantha «realmente puso en la agenda el empleo de la fuerza militar como respuesta a lo que estaba sucediendo en un momento en que el presidente no estaba seguro».

En 2013, se convierte en la embajadora de Estados Unidos ante la ONU más joven de la historia con 42 años. Desde este cargo, participó activamente en la promoción de sanciones contra Corea del Norte, en los temas de libertad religiosa, tráfico y trata de personas, así como en la misión de paz que se envió a la República Centroafricana. Con la salida de Obama de la Casa Blanca, Power regresa a la docencia en la universidad de Harvard. A finales del 2020, Biden la propone como administradora de la USAID.

Las ideas esenciales del pensamiento político de Samantha, están reflejadas en un artículo que publicó el pasado mes de enero en la revista Foreign Affairs Latinoamérica titulado: «La ventaja de Estados Unidos y la oportunidad de Biden: el poder de la capacidad de hacer». Parte de la premisa que la nación estadounidense está experimentando un proceso de pérdida de credibilidad a nivel internacional. Precisa que cada vez menos personas consideran a Washington capaz de resolver grandes problemas globales y cumplir un papel de liderazgo. Enfatiza que en la actualidad existe otro desafío crucial que es lidiar con un rival poderoso como es el caso de China.

En el texto, explicó que algunos estadounidenses confían en que después de cuatro años desastrosos de Donald Trump, muchos países se sentirán tan aliviados que recibirán con los brazos abiertos el liderazgo de Estados Unidos en temas clave. De acuerdo a Samantha, esto no es suficiente para renovar las capacidades de influencia que deben enfocarse en demostrar que Washington está en condiciones de contribuir a la solución de los retos y desafíos actuales. 

Señaló que el gobierno de Biden debería centrarse en resolver los problemas internos: acabar con la pandemia; recuperar la economía y reformar las desgastadas instituciones democráticas. No obstante, reconoció que los grandes cambios estructurales tomarán tiempo y por esa razón la nueva Administración tendría que priorizar el desarrollo de iniciativas en materia de política exterior que «rápidamente pongan bajo los reflectores el regreso de los conocimientos y la competencia estadounidense».

En esencia, propuso que se impulsen aquellas políticas que proporcionen beneficios internos claros y simultáneos, al tiempo que respondan a las necesidades cruciales y profundas del contexto internacional. Desde su visión, tendrían que trabajar en tres frentes principales: encabezar la distribución mundial de la vacuna contra la COVID-19, reforzar las oportunidades educativas en Estados Unidos para los estudiantes extranjeros y combatir cabalmente la corrupción dentro y fuera del país. Argumentó que si se aprovechan las oportunidades, Washington podría restablecer parte de la confianza internacional, lo que calificó como «un cimiento indispensable para ser convincentes y construir las coaliciones necesarias para promover los intereses estadounidenses en el futuro».

Con relación al tema de la vacuna, señaló que la pandemia no terminará ni la economía estadounidense se recuperará hasta que la COVID-19 no se controle en el resto del mundo. Propuso que Washington debe iniciar asociaciones bilaterales con países de ingresos medios y bajos que necesitarán ayuda con las complejidades que implica vacunar a sus ciudadanos. Precisó que en esta labor su ventaja es obvia: «conocimientos científicos incomparables y su alcance mundial». En su visión resulta clave emplear este tema para renovar la imagen estadounidense a nivel global.

Sobre las posibilidades de estudios universitarios para extranjeros en territorio de Estados Unidos, explicó que Biden tiene la oportunidad de retomar estos programas con mayor intencionalidad. Añadió que serían útiles para neutralizar los terribles efectos de la retórica xenófoba de Trump que ya antes de la pandemia provocó que muchos jóvenes renunciaran a estudiar en territorio estadounidense y prefirieran lugares como Australia y Canadá.

Sobre este aspecto comentó: «Que mejor manera de que Biden llegue a la población mundial preocupada por el rumbo de Estados Unidos que celebrando un nuevo recibimiento a las mentes jóvenes más brillantes del mundo. Biden podría comenzar con un gran discurso para darles la bienvenida junto con las universidades estadounidenses».

Recomendó que el nuevo gobierno debería establecer el objetivo de aumentar el número anual de estudiantes extranjeros e integrar la política de inmigración y visados para reabrir el país de manera segura, lo que permitiría adoptar medidas que marquen una diferencia inmediata para los extranjeros que quisieran estudiar en Estados Unidos.

Explicó que la llegada de más estudiantes significaría más ingresos para la economía y ejemplificó que durante 2019 a pesar de la menor cantidad de matrículas, este tipo de programas constituyeron una de las seis exportaciones más grandes del sector de los servicios aportando cerca de 44 000 millones de dólares. Además, señaló que representó más de 458 000 empleos. Enfatizó que «esta iniciativa podría constituir un buen contrapeso, ahora que China se ha convertido en uno de los principales destinos para quienes buscan estudiar en el extranjero».

Argumentó que se podría aprovechar para exponer a los futuros líderes globales a «los valores de una sociedad abierta y convertiría a muchos de ellos en embajadores vitalicios de la democracia, así como forjaría lazos poderosos entre sus países y Estados Unidos». Dijo que teniendo en cuenta que las principales universidades estadounidenses atraen a jóvenes ambiciosos de todas las nacionalidades, «muchos graduados extranjeros han fundado empresas y han realizado descubrimientos científicos en nuestro territorio. De vuelta a sus países, algunos llegan a ocupar altos puestos gubernamentales». Sobre este último aspecto, destacó que según el sitio especializado Bloomberg más del 20% de los dirigentes actuales de Etiopía, Kenia y Somalia estudiaron en Estados Unidos.    

Samantha culminó el artículo señalando que si bien estas propuestas no sanarán a un país dividido ni lograrán que el resto de las naciones olviden las dañinas políticas de la etapa de Trump, sí pueden contribuir a que gran parte del mundo se unan en torno a la necesidad de enfrentar una pandemia sin precedentes. Añadió que también podrían ser «un recordatorio no del nebuloso regreso al liderazgo estadounidense sino de las capacidades específicas que Estados Unidos posee».

Las ideas que proyectó la administradora de la USAID, coinciden con los fundamentos esenciales del denominado «poder inteligente» que sin lugar a duda se convertirá en una de las piedras angulares en que se sustentará su gestión al frente de una agencia que desempeñará un rol clave en esta nueva etapa de la política exterior estadounidense en la era post Trump. 

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