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Paz completa

12 may. 2017
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Los altos mandos de las dos fuerzas insurgentes que por más de 50 años —con similitudes y diferencias tanto en lo ideológico como en lo táctico— han estado en guerra frontal con el Estado colombiano, se vieron las caras en La Habana. La isla caribeña volvió a ser escenario de concordia, tal y como lo hizo eficazmente por cerca de seis años para lograr un acuerdo de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo y el ejecutivo de Juan Manuel Santos.

Por primera vez la plana mayor de las FARC y del Ejército de Liberación Nacional se reune en Cuba con la anuencia del gobierno de Santos, luego de firmada la paz con las FARC y comenzado un proceso de diálogo formal con el ELN. La cumbre interguerrillas tuvo un propósito urgente: poner el pie en el acelerador del proceso de paz entre el gobierno colombiano y la delegación elena.

El contexto que vive cada uno de estos grupos rebeldes es bastante diferente, digamos que se ubican en los extremos: las FARC a pocos días de dejar definitivamente las armas y entrar en la vida política y civil del país —según lo que ha anunciado la organización y consta en el acuerdo— y el ELN en una negociación incipiente, de apenas una ronda de pláticas —que comenzó en Quito el 7 de febrero y se retomará el próximo 16 de mayo— sin grandes avances, y en medio del fuego cruzado.

A ello se suman las crisis recurrentes por concepto de hechos de secuestro. Ese precisamente fue el elemento que retrasó el inicio de la fase pública de las conversaciones con el ELN, pues Santos puso como condición la liberación del excongresista Odín Sánchez entonces retenido por el grupo insurgente que lidera Nicolás Rodríguez Bautista, cuyo nombre de guerra es Gabino. Más recientemente, se produjo la captura de ocho mineros, que el gobierno colombiano atribuyó a fuerzas del ELN, y que fueron soltados el mismo día que los comandantes elenos se trasladaban a la capital cubana para encontrarse con sus vecinos de causa.

El encuentro transcurrió con total hermetismo, apenas se conocieron algunos detalles, más bien protocolares, a través de las cuentas en Twitter de los jefes guerrilleros, como que «el diálogo fue abierto, positivo, fraterno»; «se discutieron líneas de acción para fortalecer opciones alternativas de cambio». Pero hubo dos mensajes mucho más cercanos a la realidad que vive hoy Colombia. Uno lo dijo Iván Márquez antes de tomar el avión en Valledupar que lo trasladaría a La Habana: «vamos en la búsqueda de fórmulas y consensos para destrabar el proceso de paz». Obviamente se refería al estancado proceso con el ELN. Y el otro lo diría Pastor Alape: «en Cuba se discute una paz completa». Porque la reconciliación colombiana quedaría totalmente coja si se reduce solamente a un entendimiento del gobierno con las FARC, que, si bien es la guerrilla más numerosa y en los últimos años la de mayor incidencia en la confrontación con el Estado, el ELN se ha mostrado como un interlocutor más complejo porque exige más que prebendas políticas a cambio del desarme; habla de transformaciones radicales y una mayor participación social en la toma de decisiones.

De acuerdo con el comunicado conjunto final tras dos días de reuniones a puertas cerradas, las dos organizaciones guerrilleras acordaron mantener este tipo de encuentros como mecanismo permanente de coordinación y diálogo para la búsqueda de la paz. Coincidieron en la urgencia de sacar definitivamente la violencia de la lucha política en Colombia y poner los derechos de las víctimas en el centro de la reconciliación.

Lo cierto es que Santos le apuesta a que Timochenko, Márquez y su equipo les expliquen a los comandantes elenos Gabino y Pablo Beltrán que les queda menos de un año para lograr resultados en firme, porque las elecciones presidenciales de marzo de 2018 se tornan inciertas y serán algo así como un nuevo referendo en el cual se refrende nuevamente la paz o la guerra. Y a todas luces es mejor un acuerdo en mano con garantías sólidas que se haga difícil de revertir con la eventual llegada del opositor Centro Democrático al poder, el partido del detractor en jefe de la paz: Álvaro Uribe Vélez. Los insurgentes de las FARC hablan un lenguaje más cercano a los rebeldes elenos si se compara con el verbo del ejecutivo colombiano. Podrán discernir cuáles son las temáticas más oportunas y fáciles de consensuar, las metodologías más expeditas y las trabas insuperables. Pero al espíritu de conciliación se oponen las reservas y el escepticismo que tienen los integrantes del ELN sobre el «compromiso real» del gobierno con la paz, más cuando el proceso de implementación del pacto con las FARC ha sufrido tantos vaivenes, plazos incumplidos, demoras en la aprobación de leyes y el peligroso auge de asesinatos a líderes sociales y guerrilleros desmovilizados. De hecho, el Comandante Gabino descartó que pueda lograr avanzarse hacia un acuerdo concreto antes de los venideros comicios.

No se puede olvidar que entre ambas organizaciones en armas ha habido un camino largo de desencuentros que ahora parece allanarse. Los ha identificado la lucha guerrillera, y aunque pareciera que persiguen un objetivo común al rebelarse contra el status quo que ha dominado Colombia en los últimos 70 años, tienen diferencias fundacionales y estructurales.

Las FARC nacieron con una inspiración marxista-leninista, prosoviética, con bases campesinas y una organización vertical de mando; mientras que el ELN tuvo influencias de la Revolución Cubana, la Teología de la Liberación, con un apoyo más urbano y estudiantil y un orden militar más descentralizado. Ambas guerrillas se han enfrentado entre sí por el control territorial y las fuentes de financiación, a la par que han vivido esfuerzos fallidos de unidad. Sobresale la alianza política que, bajo el nombre de Coordinadora Nacional Guerrillera Simón Bolívar, intentó pactar una salida política a la confrontación armada con el gobierno colombiano de turno en territorios venezolano y mexicano pero que fracasó.

Es hora de dejar las discrepancias a un lado, hacer concesiones —esta es la parte más difícil— y dejar las ambiciones o, al menos, luchar por ellas en el terreno político. Cada vez resulta más inaplazable lograr que converjan los dos esfuerzos de paz para una reconciliación verdadera, en una nación en la que, para mayor embrollo, coexisten otros grupos armados ilegales, pero sin base ideológica ni aspiraciones de transformación, por el contrario, bandas criminales y estructuras paramilitares totalmente mercantilizadas y regidas por la violencia más sanguinaria. Toca a unas FARC verdaderamente convencidas de cambiar balas por votos invitar a los del ELN a seguir sus pasos, pero con premura, y transmitirles para ello toda su experiencia negociadora con la mediación de las diplomacias venezolana, chilena, noruega y cubana. Toca al gobierno de Colombia cumplir la palabra empeñada en papel e implicarse en el postconflicto con redoblada voluntad. La paz completa no puede ser slogan o fin, sino el medio para construir un país mejor.

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