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Medio siglo después: de aquellos vientos vendrán nuevas tempestades

5 jun. 2018
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El pasado es el sustrato de la memoria histórica que colectivamente comparte la humanidad, aunque a veces el carácter selectivo de los recuerdos omite o tergiversa una parte. Cada año se conmemoran o rememoran hechos trascendentes, o se celebra la vida y obra de quienes han dejado una huella, aunque no siempre fueran los «imprescindibles» de Bertolt Brecht. Nuestros calendarios son santorales, enmarcan martirologios o resaltan fechas que conviene recordar para no estar condenados a repetir la historia. Hablamos de un proceso en espiral y no de la suma de eventos cronológicos separados por compartimentos estancos. De aquellos vientos vendrán nuevas tempestades.

Los años sesenta del siglo pasado son cautivadores. La mirada retrospectiva nos envuelve con cierta nostalgia. Podría el lector preguntarse qué tiene 1968 de particular, en un siglo XX cargado de acontecimientos trascendentales. ¿Por qué es especial en una centuria que Hobsbawn delimitó —y acortó— en su temporalidad histórica entre 1917 y 1991? Quizás bastase saber que de esos años emana la contracultura sobre la cual teorizó Theodore Roszak.

Esa década prodigiosa fue convulsa. Una época de luchas por la liberación nacional y contra el colonialismo en la periferia mundial, cuyo símbolo es la guerra de Vietnam. La época de oro de la Teología de la Liberación y de la liberación sexual. Es el mismo contexto en que los Beatles daban un nuevo sentido a la música y a la vez la Canción Protesta surgía en América Latina. No puede escribirse la historia de la región, ignorando a aquellos que contribuyeron con su arte a construir conciencia política. Mercedes Sosa, León Gieco, Daniel Viglietti, Víctor Jara, la familia Parra, Inti Illimani, Quilapayún, Alí Primera, Carlos Puebla, Silvio y Pablo o los hermanos Mejía Godoy, y tantos otros nombres que omito pues sería interminable la lista.

Aquellos diez años de angustiosas y agudas contradicciones entre la Unión Soviética y la República Popular China; pugnas que van a dividir y en no pocas ocasiones confrontar a la diversidad de organizaciones revolucionarias. Trostkistas, anarquistas, marxistas, maoístas, nacionalistas de izquierda, socialistas en amplio espectro, simpatizantes de la Revolución Cubana, lidiaron por el protagonismo entre las izquierdas. El resultado de la lucha fratricida: un fraccionamiento adverso que hasta hoy continúa. Una izquierda que a la vez, incorporaba la imagen, el pensamiento y la praxis radical de Ernesto Guevara.

El año 1968 es recordado quizás por tres motivos fundamentales: las protestas estudiantiles conocidas como el «Mayo francés», la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia y la Matanza de Tlatelolco. El eje común: la tensión entre el autoritarismo y la emancipación.

Pero sin restarle importancia a estos hechos, el año es memorable por otras razones. Para los estadounidenses va a ser inolvidable la celebración del año lunar, cuando las fuerzas de liberación en Vietnam del Sur comenzaron a finales de enero la Ofensiva del Tet. Las batallas en Saigón —hoy Ciudad Ho Chi Minh—, Hué y otras ciudades del sur vietnamita, fueron el testimonio de la férrea voluntad que ese año obligó a Estados Unidos a iniciar conversaciones de paz. En esos días recorrieron el mundo las imágenes brutales del asesinato por el jefe de la policía nacional de Vietnam del Sur, Nguyen Ngoc Loan, de un detenido en plena calle. Tardó en ser de conocimiento público que un mes después, como reflejo de la degradación moral y del irrespeto absoluto por las normas de la guerra, algo que históricamente hacen las tropas ocupantes y con mentalidad colonial, los soldados estadounidenses habían arrasado con la población de My Lai, atrocidad que en sí encarna la violencia criminal con la que hoy se suceden los tiroteos en centros escolares de Estados Unidos. La sociedad estadounidense, sacudida previamente en 1967 con protestas violentamente reprimidas en el «largo verano caliente», respondería a la militarización de la sociedad con sentadas públicas y con la evasión del servicio militar por los objetores de conciencia.

También ese año, la sociedad estadounidense fue conmovida por dos asesinatos. Cayó abatido el líder de la lucha por los derechos civiles, Martin Luther King Jr., cuya capacidad de oratoria y prédica generaba tanto o más temor y odio, en las élites más conservadoras y racistas de Estados Unidos, que la lucha armada de los Panteras Negras. La familia Kennedy, cuya tragedia familiar estaba marcada por el magnicidio de JFK, volvió a enlutarse. Robert Kennedy, aspirante a la presidencia de Estados Unidos, y quien deseaba reabrir la investigación sobre los sucesos en Dallas, caería abatido antes de abrir la Caja de Pandora.

En Latinoamérica fue el año de las sublevaciones castrenses que dieron origen a gobiernos militares de corte nacionalista. Juan Velasco Alvarado y una generación de oficiales que decidieron sublevarse contra la oligarquía, partían de las enseñanzas recibidas en el entonces Centro de Altos Estudios Militares (CAEM) por Luis Gutiérrez (padre de la Teología de la Liberación). A la Revolución Peruana, se unía la de los militares nacionalistas de Panamá, que fue contra la corrupción y que en su etapa de radicalización torrijista obtendría lo que su juventud ya había pagado con sangre: un tratado que fijaba fecha para la devolución bajo soberanía istmeña del Canal de Panamá.

Si entre 1962 y 1965, la Iglesia Católica había reconocido su necesidad de modernizarse, fue 1968 el año en que la Conferencia General de Medellín tomó en cuenta la existencia de una ‘iglesia de los pobres’. La Teología de la Liberación, cuestionó la injusticia social eternizada por el poder de las oligarquías, al afirmar la construcción de una religiosidad popular desde las comunidades cristianas de base, esencialmente asentada en los estratos sociales más empobrecidos, marginados y excluidos. Monseñor Oscar Arnulfo Romero, en su vida de servicio religioso consagrada a defender a los más pobres, abruptamente interrumpida por su asesinato, dio testimonio de su fe en esa visión del cristianismo.

Es quizás la época de los sesenta, la raíz natural de las actuales luchas por la emancipación humana, pues de allí surgieron preocupaciones más agudas ante la crisis civilizatoria. Fue de aquel año primaveral de donde florecieron los nuevos movimientos feministas, ecologistas y por la desnuclearización. Los ecos del 68 se reflejan en el movimiento de los Okupa, los indignados, la rebelión pingüina en Chile, o en la lucha por el reconocimiento de la diversidad sexual y de género. Son los movimientos pacifistas de aquella época, el referente más importante de los actuales movimientos en contra de la guerra. Son los movimientos por los derechos civiles los que mejor encarnan el espíritu que hoy anima a los movimientos contra la discriminación étnica, racial y migratoria en medio de la oleada de conservadurismo que azota a Europa y Estados Unidos.

La masacre de los estudiantes en la plaza de las Tres Culturas es una afrenta recurrente. Se repite en la «noche de los lápices», los crímenes en la Cantuta o más recientemente los secuestros y desapariciones forzadas en Ayotzinapa. Contra esa sangría interminable, contra el estigma criminal por ser joven, estudiante y querer vivir en un Mundo mejor, sólo queda la opción de organizarse y luchar. Luchar con todos los medios legítimos posibles. La participación política que desea profundos cambios sociales, que se expresa a través de la resistencia pacífica de  la Sociedad Civil, no puede tener como destino final asegurado un sepulcro, o aceptar vivir en una «democracia tutelada» al estilo orwelliano de 1984.

¿Cómo entender esos años? ¿Por qué la juventud de la generación del baby boom, nacida en la segunda postguerra mundial cuestionaba el conservadurismo social? ¿Por qué los jóvenes cuestionaban la educación autoritaria y estaban a favor de la revolución sexual? Sobre esas raíces, antifascistas, anticapitalistas, antiimperialistas y humanistas, es posible encontrar mucha literatura.

Ocean Sur pone a disposición de los lectores Filosofía y revolución en los años 60, un libro que invito a leer con mirada crítica. No podrán comprenderse los anhelos, sueños y luchas de aquella generación sin una apropiación herética de sus textos, sin ser coherente con el pensamiento de esos años resumido en una de las consignas del Mayo francés: dudar de todo. María del Carmen Ariet y Jacinto Valdés-Dapena, tuvieron a su encargo escoger para esa antología textos que facilitan la comprensión del contexto epocal de los sesenta. Acercarnos a esa obra nos permitirá establecer nexos entre las problemáticas políticas y sociales de aquel pasado y de nuestro presente. Para los más jóvenes, es una puerta de acceso a la historia que permite justipreciar las luchas por la liberación y contra todas las dominaciones. No sólo en el Tercer Mundo, sino en las luchas por los derechos civiles  en los países que constituyen el centro del sistema capitalista.

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