Contrapunteo

Los ricos suman, no restan

20 nov. 2020
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«El que más tiene sustenta al que menos tiene», un principio solidario que parecería lógico e irreprochable a la luz de la justicia social, pero que trae consigo más confrontación que consenso. En primer lugar, por la naturaleza egoísta y competitiva en extremo del ser humano y, en segundo lugar, porque pudiera en ocasiones conllevar a que esos más huérfanos de bienes adquieran una dependencia por comodidad de los más acaudalados, vale aclarar que no es la regla. Lo que sí marca la pauta es la exigencia de esos mejor posicionados a que los de más abajo en la cadena se esfuercen y trabajen para lograr sus propias metas como ellos. También parecería una exhortación sensata si no fuera porque la mayoría de las veces, la brecha tiene mucho de explotación y expoliación de los unos sobre los otros.

Esta es la base, en cierta medida, del proyecto legislativo que está a debate ahora mismo en Argentina sobre un impuesto extraordinario a la riqueza y que ya traspasó la primera barrera, la Cámara de Diputados. Si bien el Senado es el que da el aval definitivo o no y en la mayoría de los países se presenta como el jurado más infranqueable, la instancia baja del congreso era aquí el escalón más difícil porque en la cámara alta, el gobernante Frente para Todos, que impulsa la iniciativa, cuenta con una holgada mayoría parlamentaria.

La otra razón argumentativa para esta ley ha sido la emergencia sanitaria creada por la COVID-19. La medida busca recaudar fondos extra para paliar la crisis, ya de por sí aguda desde la mala gestión macrista y aumentada por los estragos de la pandemia.

Pero ninguna de estas dos justificaciones ha logrado un mínimo de unidad entre las fuerzas políticas y han predominado los reproches. De la oposición era esperable, por el mero hechos de oponerse a todo lo que el oficialismo se proponga y, sobre todo, porque representan a la clase pudiente directamente afectada por esta medida puntual. Para que se tenga una idea, el partido opositor predominante es la coalición que representa a Mauricio Macri, Juntos por el Cambio, y la familia Macri ocupa el puesto 22 dentro de las 50 fortunas más exorbitantes de Argentina. En el patrimonio de estos 50 apellidos, algunos familiares, pero la mayoría concentrados en un solo nombre, entre los que sobresale también el famoso jugador de futbol, Leonel Messi, está el blanco de la legislación.

La sorpresa fue el no respaldo de la izquierda pura y dura —no votaron en contra, pero se abstuvieron— apenas representada por dos bancadas dentro de la Cámara. Esta fuerza de un progresismo más radical contaba con su propia versión de la propuesta impositiva al considerar la kirchnerista —fue Máximo Kirchener, diputado e hijo de la actual vicepresidenta Cristina Fernández y el exmandatario Néstor Kirchner uno de los dos puntales de la legislación, redactada por el también kirchnerista Carlos Heller— como tibia, es decir, que exigía cuotas mínimas si se tenía en cuenta el capital acumulado por los millonarios, y si además se consideraba que, de la redacción del proyecto a su camino legal, el peso argentino se había devaluado. Pero la crítica fundamental estaba en el destino que se le iba a dar a lo recaudado, en un inicio pensado enteramente para el sector sanitario y luego desglosado para varios fines: salud, vivienda, pequeñas empresas y el renglón gasífero. Vale que la situación más caótica ahora mismo esté dada por un virus altamente infeccioso que ha paralizado al mundo, pero bastante se ha postergado la vida en todos sus órdenes a causa de esta enfermedad y más allá del pánico al contagio y las altas tasas de propagación, también es un gran rollo las personas sin techo, sin un plato de comida sobre la mesa, con pequeños negocios en ruina y un Estado con las manos atadas por tener sus principales fuentes de ingreso en pausa. Sí, comprar un respirador artificial es más urgente que inyectarle dinero a la empresa del gas, pero con una mirada más holística, invertir en lo que le da dólares a las arcas estatales puede darle solvencia a ese gobierno para que pueda usar las utilidades de esa inversión en el ahogado sector de la salud.

Por esta vez, la abstención de los representantes del Frente de la Izquierda y de los Trabajadores no determinó en la matemática de la votación. Si bien quisieron dejar claro con su abstención que no tomaban partido junto a los derechistas, perdieron la oportunidad de respaldar una iniciativa que, aunque imperfecta, se luce como el dicho del refranero: «del lobo un pelo». Es o este impuesto o ninguno. Porque si esta propuesta ha encontrado trabas, la de la izquierda socialista se hubiese estrellado de bruces contra la pared. Son los puritanismos que a veces atentan contra la unidad de los movimientos anticapitalistas.

El por qué la derecha se ha indignado con la medida es entendible desde su óptica y muy predecible. Lo que sucede es que ellos son mejores explicando sus razones y desmontando la iniciativa para que gane detractores que los kirchneristas las bondades de su hijo tributario. La campaña contra el impuesto ha partido entonces de considerarlo un obstáculo para el ahorro y la inversión, cuando en realidad está destinado a las personas, no a las empresas. No busca frenar negocios sino aboga por la solidaridad —desde su propio nombre porque se llama «Aporte solidario y extraordinario para ayudar a morigerar los efectos de la pandemia» de los seres humanos.

Quizás el argumento también esgrimido por los oponentes, sobre el que podría reflexionarse dos veces es si se trata de una doble tributación o no, dado el caso que Argentina ya cuenta con un impuesto a los bienes personales. Sin embargo, es un aporte por única vez, se paga solo una vez con un fin específico, para nada pretende ahuyentar o multar en exceso a esos sedientos habilidosos amasadores de capital. Además, ¿qué pudiera ser un exceso al lado de los ceros de las cuentas bancarias de estas personas? Se han contrastado las sumas a cobrar con las de otros países con semejante sistema de recaudación y las tasas impositivas son razonables.

Si se busca bien, ciertamente se le pueden encontrar zonas grises: como que el techo que fija quiénes sí y quienes dan el aporte extraordinario bajó considerablemente y ahora incluye a más personas que las inicialmente 10 mil previstas. La culpa no es del proyecto, sino de las fluctuaciones de la moneda local y el gran recorrido legal que debe hacer el texto hasta su final aprobación y ejecución práctica.  

Desde el punto de vista técnico, pudiera tener más especificidades entre los que tienen deudas y no, o a partir de cuál declaración jurada se toma en cuenta para el gravamen o si se carga el stock (los depósitos, el capital con que se cuenta) o los flujos (las inversiones).

Por lo pronto, ya la oposición también ha presentado su propio proyecto de impuesto a la riqueza, como es de esperar más blando en el cobro fiscal y —eh aquí la verdadera evidencia de la falta de amor al prójimo— proponen que los fondos se destinen a construcción, mejora o adquisición de bienes inmuebles, la compra de vehículos nuevos, o de títulos de deuda, entre otros. Esto se traduce en recogerle dinero a la clase pudiente para invertirlo en la propia clase pudiente. De solidaridad con los pobres de la tierra o siquiera el bien colectivo, nada de nada.

Y no es Argentina, es u asunto global que en América Latina ha encontrado particular resistencia. Recordar la revolución que se le armó a Rafael Correa cuando durante su gestión quiso también aprobar un proyecto similar. De hecho, este tipo de impuestos solo está vigente en 3 países del área: Colombia, Uruguay y Argentina.

Si bien los ricos no son de salir a las calles a manifestaciones populares enardecidas contra lo que les aqueja, tienen mecanismos mucho más sofisticados a la par que eficaces para revertir las propuestas gubernamentales que no responden a sus intereses económicos. Casi siempre, el dinero tiene esa sucia capacidad de socavar el poder. Y no pocas veces, el poder real está muy por encima del poder administrativo legal. El ejecutivo argentino de Alberto Fernández está a un paso de marcar, por esta vez, la diferencia y hacer que los ricos, tan acostumbrados a sumar, resten números a su fortunas en función de mayorías sin riqueza.

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