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Los primeros días de Milei entre fracasos legilativos, peleas por doquier y resquebrajamiento de su popularidad

26 feb. 2024
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Hasta ahora que transcurre el último tercio de los preciadísimos cien días de gobierno que a cada nuevo presidente se le evalúan con lupa, Javier Milei ha sido el que prometió en campaña, tanto por lo que dijo, como por lo que pudo leerse entrelíneas. Con la motosierra que gustaba exhibirse, ahora busca cortar todo presupuesto estatal y desplegar un plan económico que le ayude a revertir algunos indicadores con tal de ser el héroe que saque a los argentinos de la hiperinflación. Pero en tanto nada sucede, solo grita, ofende y hace uso de lo simbólico y se ha inventado y alimentado al enemigo causante de todos los males: «la casta». Decía primero que son los políticos tradicionales que le roban al pueblo, pero ahora en ese concepto de casta caben todos los que le traicionan o le llevan la contraria.

Y que conste que sacar del paso a Milei, es relativamente fácil, basta justo eso, llevarle la contraria. Aun no entiende el aplomo que todo político debe tener en grandes dosis para sortear las negativas, de sus contrarios partidistas y de las masas a las que gobierna. Cada decisión en una gestión de país choca directamente con gente que no está de acuerdo, la pluralidad es así, pero este señor, que se autodefine libertario, no entiende de las libertades de otros, solo las propias, un fenómeno muy de moda hoy que la intolerancia está a la orden del día.

Aquí es cuando se entiende por qué gusta de tener la dichosa motosierra en la mano, no es para extirpar los tumores de los políticos que le antecedieron, es para cortar lo que le molesta o le entorpece. Lo acaba de demostrar en su primer revés como jefe de estado. La Ley Ómnibus, ese medio legislativo al que montó dentro, cual guagua a la cubana, todo lo que quiere hacer de golpe en Argentina, se le paralizó, o mejor dicho, se lo paralizaron los congresistas, y automáticamente le dio la rabieta y a lanzar improperios o amenazas de que su plan de que va, va. Que conste que los diputados no rechazaron la ley de plano, solo propusieron discutir de cero cada letra de este proyecto y Milei, en un arranque de ira, retiró la ley de las manos de los parlamentarios.

Ahora advierte que lo va a implementar todo a golpe de decreto y si eso se lo obstaculiza la justicia, pues consulta popular. No es muy coherente una cosa y otra, y no sé si se ha tomado la molestia de mirar a las calles, como para tomarle el pulso al sentir de la gente, eso siempre es necesario. Y aun así, esto de llevar a consulta no es tan simple como se lo piensa. Hay en Argentina la posibilidad constitucional de referendos para aprobar leyes, pero tanto en su variante vinculante, como no vinculante, necesitan de la venia del congreso en alguna de sus fases, y ahí los apoyos no le alcanza y pactar con la centro derecha y el macrismo ya vemos que no se le ha dado tan bien.

Y cuando uno pensaba que las propuestas económicas de la ley ómnibus ya eran demasiado: nótese que aquí quiere privatizarlo todo, criminalizar la protesta social, y arrogarse poderes que competen al Congreso, entre otros muchos capítulos, anunció que quiere derogar el aborto en todas sus variantes. Volvemos inevitablemente al libertario que dice que cada individuo es dueño de sí y que la libertad de ser y pensar es el valor supremo, pero le quiere decir a una mujer que no puede decidir sobre su planificación familiar y su cuerpo, aún y cuando haya sido violada o corra peligro su vida o la del bebé.

Esta ley tampoco va a pasar, porque alcanzar la legislación actual que permite el aborto costó años de exigencia popular y negociaciones políticas y ya le han advertido desde el Congreso que «No. Siguiente tema» porque «los derechos conquistados no van a ser arrebatados».

De más decirles que las insatisfacciones, con apenas dos meses y medio de presidencia, no solo se hacen sentir en las manifestaciones populares y la gran paralización del país del pasado 24 de enero, sino que los gobernadores y demás autoridades locales a los que ofende constantemente por oponerse a sus designios, están indignados con el clima hostil de trabajo, porque saben que las descalificaciones y amenazas de Milei pueden conducir a más polarización y eso siempre genera fanáticos violentos.

Con las gobernaciones en contra, y solo una treintena de asientos en el congreso, poco margen de gobernabilidad le queda. Si le sumamos que el diálogo y la búsqueda de consenso no forman parte de sus propósitos o métodos, solo restan las extravagancias del tipo batalla pública como la que emprendió con una reconocida artista argentina, como si se tratara de una pelea de escuela en la que le iba su reputación social.

Pero bueno, salvo algunas echadas para atrás en temas de política exterior, que si critica a China, a Brasil y al Papa pero después modera el tono, ha sido el Milei no hay demasiada sorpresa, aunque su imagen comienza a resquebrajarse y la decepción de sus votantes crece a medida de que no hay resultado concreto.

Su mirada hacia fuera de Argentina ha sido igual de coherente. Primera visita a Israel, para ponerse del lado de los genocidas y echarle más leña al fuego de un conflicto con demasiado combustible con su decisión de mudar la embajada argentina a Jerusalén, una de las claves de la disputa en esa región del mundo. Pero que esperar de un hombre que llama «representante del maligno en la tierra» al Sumo Pontífice, por demás un coterráneo, y después le estrecha manos y lo llama el «el argentino más importante de la historia».

La sorpresa se la debe estar llevando él que debe tener a un montón de asesores explicándole que cerrar el banco central o dolarizar la economía, o reducir el déficit fiscal y bajarle un dígito o dos a la inflación, no es cosa de decir y hacer. Que se contente con que el FMI está muy feliz con él y el dinero no le va a faltar aunque la deuda de los argentinos siga impagable. Nada más parecido por donde va, que la «casta de políticos corruptos» de la que tanto despotricó y le ganó el favor popular del voto joven.

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