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Los Fernández reciben una Argentina con hambre y sin dinero

12 dic. 2019
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La fórmula FFK ya gobierna oficialmente en Argentina desde el 10 de diciembre. Acabó la transición propia de todo año electoral y comenzó una nueva etapa de administración marcada por una vuelta a la senda del progresismo social. En palabras sencillas, se fue Macri, «al fin», dirían los argentinos que sufrieron su desbarajuste económico. Llegaron Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, dos viejos conocidos ahora en papeles un tanto invertidos. Al menos por ahora, es imposible dividir la pareja de mando porque la expresidenta es la responsable primera del ansiado puntapié al macrismo, ella cedió el puesto, eligió al candidato y lo catapultó —sin obviar los méritos propios del elegido— a la Casa Rosada, a donde ambos vuelven por el voto de renovada confianza de un electorado que no necesitó pensarlo dos veces para apoyarle.

Aun se vive el período de celebración para el nuevo gobierno y sus seguidores. Cuando pase la euforia comienza una etapa dura de entrar en cintura un país con hambre y sin dinero, así de crudo como se lee. El mandatario saliente decretó más de una vez emergencia alimentaria ante la imposibilidad de esconder el problema debajo de la alfombra. El mandatario entrante reconoció el hambre como una de las urgencias a su cargo y en el discurso fundacional de su gestión ya esbozó un principio de plan. Y es que no puede pensarse más allá de un estómago vacío, que a veces solo ha encontrado alivio con las populares ollas callejeras.

Hay hambre porque, entre otras muchas razones, el peso argentino es casi moneda de juego de monopolio, es decir, papel pintado que no vale nada más allá de lo lúdico. Uno de los legados de Macri, dejar que el dólar se tragara la economía y contribuyera a una inflación solo superada por Venezuela. Sí, por ese mimo Estado prosocialista que tanto criticó el político neoliberal y que, si se hubiese quedado otros 4 años más de Jefe, puede que hubiese alcanzado o superado la mega cifra inflacionaria del vecino bolivariano. No solo el dólar, sus medidas de contingencia hicieron lo suyo en la debacle: tarifazos de escándalo a los servicios públicos y un encarecimiento de la vida con salarios de sótano en el mejor de los casos, porque a otros les dejó en el paro con su cierre de ministerios, intervención de organizaciones y despido de funcionarios.

Todas las estadísticas comparativas arrojan la misma conclusión: Macri hundió a Argentina. Ni siquiera le funcionó el modelo para maquillar datos o lograr una especie de espejismo a lo chileno. El neoliberalismo le quedó grande y una vez en el lodo, nadie le tiró la mano, prefirieron subrayar su incapacidad como gestor que no criticar lo fallido de la receta a la que le pidieron que se acogiera.

Las consecuencias son severas en la economía nacional. La buena noticia es que el sucesor no es un improvisado. Estuvo junto a Néstor Kirchner, a quien agradece siempre que puede su invitación a esta empresa de servir a los demás, en la reconstrucción del país cuando asumió en 2003 la presidencia. El escenario entonces era peor y Kirchner revirtió el caos. Alberto era su Jefe de Gabinete, por lo que medió en cada decisión e iniciativa. Es hora de poner en práctica lo aprendido y cotejarlo con los tiempos actuales.

La deuda de 6 dígitos no es el único problema sobre el buró del estrenado presidente, aunque el resto de sus prioridades dependa de la negociación que logre con los acreedores que siempre funcionan como buitres y los argentinos bien conocen de ello. Hay demasiadas esperanzas depositadas en él, provenientes de grupos marginados socialmente por el macrismo y con necesidades no resueltas en las pasadas administraciones peronistas. Se incluyen aquí las mujeres que exigen el derecho a decidir sobre sus cuerpos y, en consecuencia, buscan respaldo legal para el aborto seguro y gratuito. También la comunidad sexo diversa con la cual Alberto Fernández tiene un primer paso ganado pues su único hijo forma parte de ella. Le siguen los jubilados, los profesionales y estudiantes, desprovistos de una pensión decorosa, de una retribución a la altura de los conocimientos y del acceso a una educación de calidad sin recortes al presupuesto, respectivamente.

El número uno de la dupla Fernández ha definido su tarea por delante como «poner de pie a Argentina» y echar a andar por la senda de la prosperidad. Considera que en medio de todo debe haber un entendimiento entre amigos y detractores, y ahí tiene la parte difícil. No va a ser cosa de coser y cantar que la clase económicamente dominante lo complazca en su llamado a ser solidarios con los desfavorecidos, con los que hoy tienen hambre y no tienen techo.

Esa es la guerra de siempre desde adentro para quienes una vez en el poder intentar repartir un poco más justo las ganancias. Pero le acompaña también una hostilidad foránea que no le faltará a Alberto si se mantiene coherente con la línea anticapitalista, de simpatía por los gobiernos anti Washington. En busca de zancadillas, no demorarán en reciclar el «divide y vencerás», que en este caso puede partir de las diferencias que en el pasado hubo entre la fórmula que ahora asume el gobierno, el distanciamiento y las críticas de Alberto hacia Cristina, que ambos han jurado públicamente enterrar, una táctica inteligente y audaz en tiempo de traiciones y egoísmos.

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