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Los fantasmas de la reelección indefinida

27 nov. 2017
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Si hay un presidente que ha roto todos los moldes establecidos, ese es Evo Morales. No es simplemente que sea indígena, de origen cocalero devenido presidente de un país, que ya es mucho decir cuando sabemos que la política, en general, es para gente con dinero y ambiciones, o en su defecto, como resultado de la toma del poder por la vía de las armas. El aymara boliviano llegó a la silla presidencial en 2006 contando votos, y como para coronar la sorpresa lo hizo por mayoría absoluta, impensable para la historia electoral de esa nación y con una diferencia con su contendiente de 25 puntos porcentuales, definitivamente brecha gigante.

Y si fuera poco su ascenso al gobierno, ganó dos elecciones posteriores más —en 2009 y 2014— con mayor cantidad de votos que la primera vez, o sea, hizo bien la tarea de manera que sumó seguidores. En un rápido resumen, logró que Bolivia pasara de ser el segundo país más pobre de América Latina y el Caribe detrás de Haití— a ser hoy día uno de los países con más desarrollo progresivo en la región: una década creciendo a un promedio anual de 5%, y por citar solo un dato de impacto, la pobreza se redujo en un 20 por ciento.

Aplicó recetas similares a la de los gobiernos progresistas que emergieron simultáneamente. Nacionalizaciones de los recursos fundamentales del país, comenzando por los hidrocarburos y aumento de la inversión social en pilares olvidados para mayorías. No han sido pocos los obstáculos en su camino que parecían costarle la presidencia, como la férrea oposición de la zona de Santa Cruz, sus pugnas con la iglesia, los enfrentamientos con los propios indígenas y otros gremios obreros por discrepancias con decisiones del ejecutivo, sin embargo, demostró, como ningún otro mandatario, que dialogar sí puede surtir efecto, más allá de apaciguar ánimos.

Ha sido entonces un presidente con cartera de logros, con índices sólidos de apoyo pero a diferencia de sus vecinos, con menos acoso foráneo, no digo que inexistente sino menos constante o visible. Eso a pesar de que es abiertamente confrontativo con Estados Unidos, no duda en apostillarle los peores calificativos al que llama constantemente «imperialismo» o «imperio», y al que responsabiliza de cuanto mal azota al hemisferio. No se queda callado ante ningún suceso político en la región y no delega, se hace presente cuando de respaldar a los amigos se trata.

Ahora comienza a enfrentar un momento difícil. Ha anunciado que irá a por un cuarto mandato en 2019 y la tranquilidad se ha visto interrumpida. No demorarán en tildarlo de dictador, de ser asesorado por Venezuela o Cuba. Y siempre digo lo mismo, la reelección indefinida en sí misma no puede ser antidemocrática cuando pasa por el escrutinio popular. Simplemente es la opción para que quien sí funcione, pueda hacerlo por más tiempo. Claro, que con los antecedentes, no la tiene fácil. No pudo establecer la cláusula en la Carta Magna cuando la modificó y perdió un referendo sobre el tema en 2016, aunque en ese entonces por apretado margen y bajo una campaña con todas las de la ley, con tintes de melodrama que involucraban asuntos de paternidad no reconocida y relaciones con una mujer más joven sin matrimoniarse.  Fue el escándalo conocido por el nombre de la mujer usada como señuelo: Gabriela Zapata.

Aun en medio del contexto actual, el Movimiento Al Socialismo, MAS, se ha propuesto la meta de viabilizar la postulación de Morales más allá de sus dos mandatos consecutivos tras la nueva Carta Magna de 2009. El camino elegido ha sido presentar al Tribunal Constitucional un recurso jurídico que permita invalidar los artículos que impiden la reelección inmediata.

Como segunda estrategia, el MAS ha convocado una serie de manifestaciones populares para sumar respaldo ciudadano a la iniciativa del partido oficialista. En el último trimestre, se han dado varias concentraciones de bastante masividad en las principales ciudades del país para presionar las opciones jurídico-legislativas. Luego de la movilización del departamento de Santa Cruz, Evo publicó en la Red Social Twitter: «Emocionante, impresionante y contundente movilización de miles herman@s que nos expresan apoyo consciente y militante. En todo el país, el pueblo nos está diciendo que la repostulación garantiza la unidad, estabilidad y prosperidad de Bolivia. Gracias, inolvidable». Y a sus detractores advirtió: «Digan lo que digan, este proceso es irreversible».

Además de las reformas constitucionales por la vía judicial, el ejecutivo ha barajado otras opciones con menos fuerza como un segundo referendo consultivo, una modificación parcial de la Constitución resultante de una votación parlamentaria —en la que domina el oficialismo— o una Asamblea Constituyente. Pero por ahora siguen focalizados en la iniciativa que depende del fallo del Tribunal. Para el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera «se trata de un derecho constitucional el que uno pueda postularse, dejando que el pueblo sea el que tome la decisión con su voto; y en segundo lugar, porque Evo representa a los pobres, a la gente sencilla, a la gente humilde».

Es entonces que la maquinaria para sacarlo de en medio vuelve a activarse. Las encuestadoras comenzaron a moldear el sentir popular a imagen y semejanza de los intereses de la oposición. Los datos son todos contrarios a la voluntad del ejecutivo de ir a probarse en las próximas elecciones —el 75% de los bolivianos está en desacuerdo con que el presidente Evo Morales pueda postularse a la Presidencia de forma indefinida, según un estudio de la empresa Mercados y Muestras, divulgado por el Diario Página Siete— y adjetivos como «inconstitucional», «antidemocrático», «ilegal» se vuelven estribillo pegadizo para torcer el rumbo de las aspiraciones del MAS.

A la par de las zancadillas domésticas, se suman los esfuerzos foráneos que no se toman el trabajo de disfrazar sus simpatías políticas. Recientemente, la cancillería boliviana denunció la intromisión de diplomáticos norteamericanos en asuntos internos por reuniones sostenidas con figuras opositoras. Demasiada falta de sutileza este tipo de encuentros en este momento en que el futuro político del país está en juego, no obstante, los de Washington ya mueven sus fichas. La injerencia se extiende a organizaciones regionales como la Federación Interamericana de Abogados, FIA, que expresó su condena por lo que consideran «la pretensión de prorrogarse en el poder».

Más allá de calificar de autócrata o caudillo a quien tenga aspiraciones de continuar dirigiendo los destinos de una nación sin límites de tiempo, bien valdría poner sobre el tapete los resultados de la gestión que pretende validarse. Ha habido sin lugar a dudas un «milagro boliviano» sobre la base de la renegociación de la deuda pública, el ahorro, un cambio estratégico en las utilidades obtenidas del sector de los hidrocarburos a favor del Estado y el uso de las ganancias en la inversión social. Todo ello hubiese sido imposible sin el factor «estabilidad» que se traduce aquí en la permanencia por once años de un mismo gobierno con diseño de país a largo plazo. Por tanto, la discusión en torno a este tema debería ser más abierta y plural como lo es el Estado boliviano mismo.


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