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La reiterativa cantaleta de Trump en ONU

25 sept. 2019
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Donald Trump fue a por su tercera gran oportunidad en Naciones Unidas pero defraudó a la sabia popular y no venció —tampoco es que le importase demasiado—. Su desprecio por el multilateralismo está más que cantado y asiste a estos eventos digamos que por inercia o para reírse con arrogancia ante el gran público, el mayor que podría tener: la comunidad internacional toda representada al más alto nivel.

Con sus antecedentes de abandono de cuanto pacto u organización mundial existe, es casi un milagro que siga dándole credibilidad a las citas de la Asamblea General de la ONU cada septiembre. No significa su asistencia al debate que respete la institucionalidad de ese órgano, más bien aprovecha sus minutos en el podio de mármoles verdes para descalificar a la ONU, que en esta oportunidad volvió a etiquetar de «burócratas globales»; y por supuesto, para vanagloriarse de sus méritos y logros como «el mejor presidente del mejor país del mundo», una tesis que se cree verdaderamente como ninguna otra.

Tres discursos en ONU que parecen uno solo salvo nimiedades. Todos con similar estructura, idénticas loas y los mismos enemigos de siempre. Ni siquiera se nota que ha cambiado de asesor de seguridad nacional recientemente, o que está adelantando campaña para garantizar su reelección. Su oratoria ante el concierto de las naciones ha sido inamovible desde que se enroló en esta empresa política, que maneja —fallidamente— como cualquier otro de sus exitosos negocios particulares.

Fue quizás en 2017 cuando más temores despertó su verborrea amenazante y tiránica porque apenas se estrenaba en el cargo. En aquel entonces hablaba de reducir a cenizas a Corea del Norte para después dársela de pacifista y conciliador con el «pequeño hombre cohete». Ya para el año siguiente le profirieron carcajadas incrédulas cuando decía que su administración «había logrado más que cualquier otra en la historia de Estados Unidos». Y para este, la mueca de la joven ambientalista sueca Greta Thunberg, se convirtió en el símbolo de lo que sus palabras consiguen al ser lanzadas como dardos.

Trump ha dejado de sorprender hace mucho tiempo porque se repite a sí mismo. No quiere decir esto que no intimide porque se empeña a fondo en cumplir sus ultimátum. Los enemigos declarados, los más mentados, la espina en el zapato, los de siempre —títulos reservados para Irán, Venezuela y Cuba— deben hacer siempre segundas lecturas a sus frases de enojo porque, si bien está claro que por más que quiera exterminarlos no va a emprender las armas contra ninguno de ellos, va a seguir apretando las tuercas con tal de ponerles difícil la situación interna.

Ya cansa cuando habla de libertades y democracia, de respeto, paz y armonía. Lanza directas que le vienen a sí mismo como anillo al dedo, como aquello de «régimen sediento de sangre». Se refería con tal epíteto a Irán, aunque sea Washington y no Teherán el que está ahora mismo involucrado en más de un conflicto internacional y ocasiona no pocas bajas militares acompañadas de esos lamentables «daños colaterales» con rostros de niños.

A las incongruencias le sigue el cinismo al afirmar que «el futuro pertenece a las naciones soberanas e independientes que protegen a sus ciudadanos, respetan a sus vecinos y honran las diferencias, que hacen que cada país sea especial y único». Hay que tener mucho coraje y poca vergüenza para esgrimir semejante tesis. ¿Existe alguien que realmente crea que Estados Unidos respeta a sus vecinos y sobre todo honra las diferencias?

Otra vez dejó claro que sus fronteras permanecerán cerradas con siete llaves para los migrantes a los que fue enfático en advertir que no arriesgaran sus vidas para conseguir llegar allí a donde se le expulsará sin mayores miramientos. El hombre que dijo que «el objetivo de Estados Unidos es la armonía» es el mismo que descalifica a todo ser humano proveniente del sur americano, en franca actitud xenófoba y llega hasta a encarcelarlos, separarlos de sus seres queridos y dejarlos morir bajo su jurisdicción.

El presidente que «no busca conflictos con ninguna otra nación» y que «nunca ha creído en enemigos permanentes», el amante de «la paz, la cooperación y el beneficio mutuo con todos» es el mismo que mantiene sus tropas en Afganistán y Siria, y presiona con sanciones a Corea del Norte, Irán, Venezuela y Cuba. El mismo que ha emprendido una contienda comercial contra China porque se siente intimidado por el desarrollo económico y tecnológico del gigante asiático.

Y cuando de casa habló, todo en perfecto orden. América ya es grande de nuevo gracias a su inmejorable gestión y bla bla bla, economía en alza mediante. También coreó nuevamente hazañas magnificadas para seducir a ese electorado ingenuo al que le bastan las cifras infladas y los datos de macroeconomía.

La pregunta ante tanta palabrería periódica es hasta cuánto se hará escuchar. Trump se sabe ya en campaña aunque todavía no comience el año electoral y a los de Naciones Unidas les reste otra cuarta alocución por atender antes de noviembre de 2020 en que se decida si este hombre imprevisible seguirá agitando la política doméstica e internacional con más de los mismo en materia discursiva.
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