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La paz total y el vivir sabroso

14 feb. 2023
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Desde Cuba hasta México mucho se ha hablado de paz en los últimos días… En la capital de la isla caribeña, la primera mujer afrodescendiente en llegar a la vicepresidencia de Colombia, defendió la paz total de su gobierno, el primero junto a un exguerrillero posicionado en la presidencia, de naturaleza progresista, feminista, ambientalista y antirracista. Y mientras Francia Márquez asistía al mayor evento cubano de las letras, en calidad de invitada de honor, porque a su país está dedicada esta edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana, viajaban a Ciudad de México los negociadores colombianos que representan al ejecutivo Petro-Márquez y al Ejército de Liberación Nacional, para un segundo ciclo de la mesa de diálogos, en el esfuerzo por la llamada paz total.

Desde Bogotá, en cambio, la ultraderecha solo se ha enfrascado en lanzar críticas ponzoñosas con el fin de sabotearlo todo. Que si Francia visitaba un país sin libertad de expresión, una cruel dictadura que encarcela opositores, olvidando la paja en el ojo propio. En Colombia, ejercer el derecho a la oposición política tuvo que ser meticulosamente negociado en La Habana, como parte del proceso político con las hoy extintas FARC. Hasta entonces, intentar competir con la alternancia de la partidocracia tradicional: liberales y conservadores, era un imposible que llevó a campesinos, estudiantes, religiosos y jóvenes de los más disímiles estratos a la rebelión armada como única vía para la toma del poder. Una guerra tan sanguinaria y extremadamente larga en esa nación sudamericana solo se explica por la aniquilación del disidente político, al que se le cerraron todas las vías democráticas y pacíficas.

Es por eso que Francia Márquez, una mujer con un pasado como activista social desde los 13 años de edad, y que a los 40 logró posicionarse para el segundo cargo público más importante del país —además de asumir el liderazgo de un ministerio creado justo para ella y como parte de una administración de cambio: el Ministerio de Igualdad y Equidad— ve en la Vicepresidencia un medio, no un fin. «El fin es lograr parir la libertad. El fin es lograr parir la dignidad. El fin es lograr la paz, la paz total que empezó aquí en Cuba».

La vicemandataria aprovechó su estancia en territorio cubano para condenar la clasificación que Estados Unidos le da a la Isla de país patrocinador del terrorismo, una etiqueta concebida a partir de un pretexto fabricado precisamente por el anterior gobierno colombiano, el de Iván Duque, y que ahora Gustavo Petro y la lideresa del Cauca que lo acompaña en esta empresa se han dado a la tarea de reivindicar, honrando el verdadero compromiso de paz de La Habana que Bogotá agradece, al tiempo que condena la manipulada denominación terrorista. Márquez reconoció que no está siendo fácil para Petro y ella, y a pesar de saber que este tipo de pronunciamiento les puede traer conflictos diplomáticos, enfatizó: «un territorio que ayuda a contribuir a la construcción de la paz de una nación que se ha bañado en sangre, no puede llamársele terrorista».

Justamente, esa ofensiva de la oposición colombiana contra el proceso de transformaciones del nuevo ejecutivo y contra sus nuevos relacionamientos con América Latina y el sur global, ha incidido en que, a pesar de que Cuba sigue siendo garante del proceso de paz, no pueda seguir sirviendo como anfitrión de la mesa, como en el pasado lo hizo durante las negociaciones con las FARC y durante la segunda etapa del diálogo con el ELN, después de la retirada de Ecuador de sus funciones auspiciadoras.

Por ello, la reactivación de las conversaciones con los insurgentes elenos tuvo a Caracas como escenario, y más recientemente, a México. Este es el eslabón central de un proyecto de paz más abarcador, que incluye también a estructuras criminales sin naturaleza política y con las cuales se han diseñado procesos de entendimiento adecuados a las características de cada organización, unos de diálogo y otros de sometimiento a la justicia.

Así es como se concibe la paz total de Petro y Francia para que la guerra, hoy día atomizada en múltiples frentes y con un gran número de grupos irregulares al margen de la ley enemistados entre sí y cada uno de ellos por separado enfrentados al Estado, termine definitivamente para todos los colombianos y se logre la justicia, la reparación de la víctimas y la no repetición de nuevos ciclos de violencia.

El pasado 31 de diciembre, Petro daba a conocer una verdadera noticia-regalo de fin de año para las comunidades rurales que son la mayor parte de las veces la carne de cañón del fuego cruzado: poner en pausa las acciones ofensivas de los cinco principales grupos armados de Colombia y las Fuerzas Militares. Pero poco más de 72 horas duró la buena nueva. El ELN desmintió el acuerdo para una tregua con el gobierno y poco después, el ejército colombiano suspendió el cese el fuego.

En un inicio, pudo pensarse que el ELN había vuelto a poner la podrida y que no quería una tregua. Pero bien pudo pensarse entonces que, por otro lado, Petro y los suyos cometieron un terrible error decretando lo indecretable, porque quienes conocen las interioridades de un proceso de paz de esta naturaleza, saben que un cese el fuego, no se decreta, se negocia cara a cara en un sinfín de puntos y condiciones; no se vende a los medios por adelantado y que la intención, que sí es real y palpable de las dos partes, no basta, como tampoco es suficiente que lo griten los colombianos.

La torpeza mayor fue no ceder por igual y con mayor discreción al tropezón. Enfrentarse en el plano mediático siempre ha calentado más los ánimos y exacerbado el problema de turno, porque la guerrilla queda muy mal parada tratando al de Petro como a todos los gobiernos anteriores de derecha, y la administración petrista falla al tomar decisiones unilaterales cuando existe una mesa de diálogo, justamente, porque hay dos partes en igualdad de condiciones que necesitan arrojar resultados de conjunto. Y en este tema en particular había una salida más diplomática: de hecho, el ELN ya tenía su propia tregua por cuenta propia de navidad y fin de año, y antes de que acabase enero, debía comenzar la segunda ronda de la mesa de paz. Ahí era el momento preciso para acordar en blanco y negro el cese bilateral que propuso Petro sin tener que dejarlo entredicho públicamente.

Finalmente, en un encuentro de emergencia en Venezuela, lograron limar las asperezas y ahora ese tema es el plato fuerte del actual ciclo de pláticas que se inauguró el lunes en México. Hay que entender que un cese el fuego no es cosa de decir: «no vamos a dispararnos». Las treguas pocas veces se cumplen a cal y canto y necesitan observadores que puedan verificar quién violó los términos. Y entre las muchas condiciones que hay que arreglar, está el no tomar ventaja de la paralización de operaciones, porque siempre hay un vivo que quiere ganar terreno. Además, en Colombia hay más de 20 grupos armados ilegales y al menos seis conflictos independientes, eso se traduce en que puede el ejército no abrir fuego con cinco estructuras y viceversa, pero entre todos los alzados se mantiene vigente la orden de combate, por lo cual lo verdaderamente imprescindible sería un cese el fuego multilateral.

Ya es una victoria que el principal grupo disidente de las FARC y la llamada segunda Marquetalia, que se creó tras el abandono de Iván Márquez —uno de los rostros de la paz consensuada en La Habana— hayan decidido apostarle a negociar. Y junto a ellos, bandas paramilitares de gran poder que también han estado dispuestas a dejar la violencia. Pero no es cosa solo de voluntad y final feliz, hay resistencia entre políticos, víctimas e incluso ciudadanos de a pie en el tratamiento que se le dé a personas consideradas narcos o criminales. Hay que partir de una minuciosa caracterización de cada banda, analizar a quién darle beneficios políticos y a quién ofrecerle sometimiento a la justicia, pero con ventajas, porque está claro que nadie que viva como rey en la selva haciendo dinero duro con la droga va a cambiar fusil por pijama a rayas con todas las de la ley.

Es un proceso tan complejo y lento como el caminar por una cuerda floja, donde un paso en falso, tira todo esfuerzo por la borda. Lo que debería pesar en los grupos de esencia más política que militar, es que no habrá otra oportunidad como ahora, con un gobierno que tiene una voluntad de paz que nada tiene que ver con fachadas políticas o presiones populares como en el pasado.

Como ha dicho la vicepresidenta colombiana: «cada esfuerzo que hacemos por la paz es una vida que se salva» y junto con la paz, su gobierno busca devolverle la dignidad a Colombia; hacer las transformaciones necesarias para devolverle la justicia social al pueblo, «para que ningún niño tenga que morir de hambre, para que ninguna mujer tenga que seguir siendo violentada, para que ningún joven tenga que tener como opción única las armas y pueda encontrar posibilidades en la educación, como lo han encontrado muchos jóvenes aquí en Cuba», en la Cuba donde Francia Márquez también ha traído a uno de sus dos hijos a estudiar medicina.

Ella hoy es vicepresidenta del país, pero hasta hace muy poco era una mujer negra, hija de una partera y un agrominero, que se convirtió en madre y cabeza de hogar muy joven, que trabajó también en la minería y como empleada doméstica, que fue desplazada de sus tierras y amenazada de muerte por su activismo sociopolítico, que sabe en primera persona lo imposible que se torna que niños de tan humilde cuna puedan estudiar y mucho menos la carrera de medicina.

Por eso hace política sin olvidar su esencia y su causa, desde la simbología de sus atuendos hasta su filosofía de «vivir sabroso», que dista mucho de lujos y acomodamientos, como cierta prensa quiso posicionar en su momento, sino que propugna vivir sin miedos, con decoro y en paz, y para lograrlo se declara en resistencia permanente «hasta que la dignidad se haga costumbre».

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