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La nueva misión-aspiración de Sergio Moro

29 abr. 2020
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Luis Ignacio Lula Da Silva lo advirtió muchas veces: Sergio Moro es un «mentiroso», también lo tildó de «canalla» en su momento. Pero mientras el expresidente brasileño calaba bien al personaje que lo metió tras las rejas sin una sola prueba sólida demostrable y sí un cúmulo de suposiciones, la élite política brasileña se ocupaba de consolidar la imagen de magistrado íntegro y héroe anticorrupción de la operación Lava Jato para quien sería luego recompensado como Ministro de Justicia en la era bolsonarista.
Porque ayer y siempre se supo que fue un intercambio de favores, lo novedoso hoy es que evidentemente no se trató de una transacción de tú a tú, es decir, un pacto estrecho entre Moro y Jair Bolsonaro, sino entre los grupos de poder de la centroderecha que eligieron bien sus cartas y pusieron a estos dos en la misma cuerda de interés, por el «bien» común de desterrar del gobierno al Partido de los Trabajadores y a su mejor exponente. De lo contrario, no estuviéramos asistiendo como espectadores a este nuevo capítulo de traiciones o, digamos más suavemente, deslealtades. Moro rompe públicamente con el presidente que le dio un puesto en el ejecutivo muy a pesar de que él «no quería una carrera política», una sentencia con la que, cada vez hay que convencerse más, pretendía expresar justamente lo contrario.
Y viene a revelar un poco más esas aspiraciones de grandeza el subtexto que yace en las declaraciones públicas de parte y parte tras la renuncia de Moro a su cargo en el gabinete. Lo que se dice es que hubo discrepancias entre Bolsonaro y su ministro hasta entonces más destacado, por el despido del director de la Policía Federal, Mauricio Valeixo. Ahora cada cual da su versión de los hechos y se arma la cruzada de ataques donde lo único cierto es lo callan.
¿Quién chantajeó a quién primero? ¿Fue Moro quien quería que lo nombraran juez en el Supremo Tribunal a cambio de aceptar la designación de un nuevo jefe de la Policía Federal que fuera íntimo de Bolsonaro para que el elegido le perdonara la vida a los hijos del presidente que están hasta el cuello de delitos? ¿O viceversa? Porque la idea de rectitud de Sergio Moro es difícil de creérsela en este entuerto, aunque ha sido cuidadosamente hilvanada.
Y es que el asunto no puede verse como un hecho aislado sino en el contexto de serios aprietos que vive la administración de Bolsonaro y la situación de caos sanitario que atraviesa el país, con el consiguiente agravamiento de la crisis económica. Al excapitán de la policía, discípulo más destacado de Donald Trump, se le ha enredado la gestión más que a sus homólogos y que al mismísimo mentor en jefe. Lo de minimizar la pandemia y priorizar la economía no le ha salido bien, no ya entre los brasileños que le plantan cacerolazos en cualquier esquina, sino entre sus propios aliados y cercanos en el gobierno. Jair Bolsonaro ha estado —y es un temor que no ha desaparecido— a las puertas de un golpe de estado por su mismísima cúpula militar. Justamente, para no magnificar la tragedia que representa el coronavirus con un escándalo político, en un país que ya ha sufrido impeachment, gobierno de transición —de facto— y elecciones amañadas tras la inhabilitación del candidato con más opciones presidenciables, es que militares y ministros en desacuerdo con el mandatario han decidido desoírlo sin relevarlo del cargo, obviar sus decisiones sin entrar a contradecirlo demasiado. No sé si finalmente el señor Bolsonaro se ha dado cuenta, pero los suyos le han armado una especie de quinta columna. Hay unos cuantos en total componenda para deshacerse del ahora presidente, entre los que, a todas luces, figura Sergio Moro, quién sabe si hasta con ansias de escalar a la cúspide en Planalto, y habría que volverle a recordar entonces sus supuestas intenciones de no trepar en la política y ser «un magistrado, así de simple».
Como sucedió con otros tantos en su momento: el expresidente del Senado, Eduardo Cuhna, y el expresidente «interino» Michel Temer, útiles para un fin y desechados después a la suerte de la nada ciega justicia brasileña, toca el turno a Bolsonaro. Al parecer ya cumplió con su cometido, ganó las elecciones, despejó el camino de todo intento progresista y devolvió el país a las garras del neoliberalismo, pero se la lucido más que lo que le tocaba y ya comienza a ser poco funcional. Eso de decir que la Covid-19 es una gripecita y que mueren los débiles, o cualquier otra excentricidad descabellada, levanta demasiado ruido, y su inacción frente a la pandemia ha puesto el país de cabeza, y no se lo perdonan ni siquiera los que le auparon alguna vez. Mejor dejarle los absurdos y las estupideces al presidente del norte, que allí están en mejores condiciones económicas de aguantarle sus irracionalidades.
La pregunta es cómo sacarlo de en medio y quién correrá con la responsabilidad. ¿Habrán dado la tarea al propio Moro? Por lo pronto, ya comenzó a sacar trapos sin lavar para conducir a Bolsonaro hacia un posible enjuiciamiento. Un juez del Supremo ha dado luz verde a la apertura de una primera investigación que puede tropezar con la negativa de la Cámara de Diputados, aún favorable al jefe del ejecutivo, o transitar sin mayores contratiempos hacia la destitución del extravagante mandatario, es temprano para vaticinios. En cualquiera de los casos, son numerosos los procederes y requerimientos, tornando largo el proceso, que para que sea factible a los intereses de ese grupo que apunta a escindirse y destronar a Jair Bolsonaro, el plazo ideal sería antes de que se cumplan los dos años de mandato, y puedan así convocarse nuevas elecciones, en lugar de dar paso a que el vicepresidente termine la gestión.
Bolsonaro debería saber, que por más que quiera imitar a Trump, un eventual impeachment contra su persona bien podría no tener el final feliz que aquel tuvo en el Congreso estadounidense. Son realidades políticas distintas, eso sin contar que segundas partes nunca fueron buenas, y en este juego se sabe quién es el original y quién la copia. En tanto, el hombre al que parecen haberle encargado la tarea de sacarlo de circulación, ha demostrado con creces que las inventa en el aire y logra manipular la justicia a su favor.

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