Contrapunteo

La ¿nueva? carta magna chilena

3 jul. 2023
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«Una Constitución que no es la Constitución soñada para ninguno de nosotros, pero sí una Constitución bajo la que todos sintamos que podemos convivir y que sentimos como propia». Así fue la carta de presentación del borrador de la nueva constitución chilena, luego de aprobado en las primeras instancias y entregado a inicios de este mes para la fase posterior, en la que se pulirán sus 14 capítulos, desarrollados en 118 páginas.

Vale apuntar que después del estallido social de 2019 que exigió cambios a todos los niveles, este es el segundo intento por reformar la constitución vigente, que data de la dictadura pinochetista. ¿Será que ahora sí se logra una nueva ley fundamental?

Si hay o no nueva carta magna, eso lo decidirán los chilenos en consulta popular en diciembre próximo, las urnas tienen la última palabra. Puede que sí, puede que no. Lo que sí se puede dar por sentado desde este minuto, sin temor a equivocación, es que la nueva carta magna, de aprobarse, de nueva tendrá solo el adjetivo, y dejará de apellidarse pinochestista solo porque datará de 2023, cuando gobernó Gabriel Boric, el más joven y progresista de los presidentes, pero será tan vieja en sus postulados como la de la dictadura, y en lo absoluto progresista a pesar del contexto político diferente. ¿Por qué? Pues porque los que estuvieron todo el tiempo en contra del proceso constituyente en Chile, tienen ahora la oportunidad de escribir la Constitución que quieran. Al final, calcularon milimétricamente la jugada y dieron siempre el primer paso, el golpe de efecto.

Cuando en 2019 se encendió a chispa del descontento y el país se desbordó en las calles cuestionando un modelo devenido espejismo, la clase económica dominante fue hábil en proponer lo único que calmaría las revueltas: cambios constitucionales mediante pura y dura democracia. Entonces hubo sorpresa y el sentimiento de que la gente de abajo había ganado, que la presión había resultado. Pero no, era solo una sensación que ocultaba una estrategia mayor de redirigir ese impulso de las plazas y avenidas al rejuego institucional, donde los políticos de carrera y los partidos tradicionales tienen las mañas más que aprehendidas. Después sucedió lo de siempre: desinformar, manipular, meter miedo para conducir el ejercicio democrático por los canales que garanticen que se produzcan cambios que terminan por no cambiar nada, pura cosmética.

Y es así que llegamos a un primer proceso constituyente donde parecía que sí, que habría una carta magna parecida a lo que se demandaba en las protestas. Las fuerzas políticas de derecha quedaron relegadas del selecto grupo que redactaría el texto, pero estos independientes, progresistas y de izquierda, terminaron cediendo a la presión de los de siempre y se retractaron de sus mayores ambiciones, la moderación vino a jugarles una mala pasada: perdieron el apoyo de unos y otros. Y en el plebiscito la gente le dio un rotundo NO a un texto de medias tintas que para los de la derecha estaba muy a la izquierda y para los que había exigido cambios, demasiado a la derecha.

Vino el segundo intento gracias al empuje y compromiso del presidente Boric —cambiar la constitución fue una de sus promesas de campaña— y ya el descrédito y la apatía se volvieron los grandes ganadores. Máxime cuando ya la democracia comenzó a tener bozales. No se dejaría el proceso tan al libre albedrío. Aparecieron las tres instancias que dominarían todo el asunto: Comisión de Expertos, Consejo Constitucional y Comité Técnico de Admisibilidad.

En mayo de este año, Chile eligió a los consejeros constitucionales, uno de esos grupos encargados de la redacción de una nueva carta magna para el país y el único en que intervino la elección popular, pues los otros dos se conformaron a lo interno del congreso. La noticia entonces fue el triunfo de la ultraderecha en los comicios.

Poco antes ya el parlamento había nombrado a los expertos y los técnicos, que al ser un órgano legislativo dominado por la derecha, eligió expertos y técnicos de «trayectoria intachable» y todo lo que dice el deber ser, pero de derecha, en consecuencia, la clase política que jamás ha querido cambiar ni el modelo económico ni el político. Fue entonces que para rematar, la decisión de los ciudadanos en la elección de los consejeros fue darle su voto a los representantes del ala partidista más radical, los menos interesados en cambiar una coma.

Para que se entienda mejor a quiénes apoya esta gente que será mayoría en el intento de reescribir la constitución pinochetista. Son militantes de filas de José Antonio Kast, el aspirante presidencial que quedó derrotado frente a Boric y que dijo en campaña: «Pinochet votaría por mí, es evidente» y también se pronunció en sentido inverso: «si el líder del régimen militar chileno estuviera vivo, lo apoyaría en las urnas». Eso lo dijo antes de perder en las presidenciales y hace solo unos meses afirmó alto y claro: «Chile no necesita una nueva constitución».

Y hay más: antes de todo esto de las tres instancias, se blindó el proceso con un acuerdo previo de que no habría hoja en blanco. Es decir, no se partiría de cero en la redacción constitucional, sino de doce puntos innegociables en los que se ponía candado a los temas realmente fundamentales para el país, las líneas rojas que garantizaban que la vida siguiese igual. La inmensa mayoría de los que tienen entonces a su cargo la enorme responsabilidad de reescribir la ley fundamental de Chile creen que la constitución vigente es buena.

Golpea a todos en la cara la gran pregunta: ¿dónde están los jóvenes y los gremios sindicales y toda esa multitud que protagonizó el «peor malestar civil» ocurrido en Chile desde el fin de la dictadura? En esas manifestaciones murieron más de 30 chilenos, hubo más de 12.000 lesionados, de ellos cerca de 2.000 con heridas de bala y más de 300 con lesiones oculares.

Y lo que es más significativo: cuando se le consultó a la gente si quería cambiar la constitución: casi el 80% de los votantes en el  proceso electoral con la mayor cantidad de votos emitidos en la historia del país, dijo que sí, el conocido «Apruebo». Todas esas voluntades se truncaron en el camino, en un camino donde diestros políticos usaron las palabras, los mecanismos y las presiones adecuadas y se logró mutilar la aspiración inicial.

 

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