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Estados Unidos: De prohibir TikTok a la caza de tiktokers

14 abr. 2023
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Prohibir TikTok es  la nueva obsesión de Estados Unidos y de quienes le siguen la rima. Hay un motivo públicamente esgrimido: el supuesto peligro para la seguridad nacional que representa que los dueños de la aplicación le vendan los datos personales de sus usuarios al gobierno chino. Pero no hay que escarbar demasiado en el pretexto para saber que el verdadero dolor de cabeza es la naturaleza china de una aplicación demasiado popular, incluso dentro de territorio norteamericano, y que, más que entretenimiento adictivo, se ha vuelto una esencial herramienta de campaña para procesos electorales y políticos de todo tipo.

Esta realidad tiene al mandatario estadounidense Joe Biden en una constante ambivalencia. Primero, se tomó el trabajo de anular la orden de su predecesor, Donald Trump, quien sí le tenía la guerra abierta a TikTok, y luego, las presiones le han hecho reconsiderar el tema, pero de cara a la prensa dice aún no saber qué va a decidir al respecto. Por lo pronto, restringió la utilización de la plataforma en todos los dispositivos electrónicos de gobierno y ahora el congreso va un paso más allá con un proyecto de ley que podría conducir a la prohibición total de la popularísima aplicación de videos cortos en todo el país.

En tanto, a las puertas de las presidenciales en 2024, los asesores de Biden se han dado a la tarea de cazar influencers, sobre todo tiktokers, para elevar sus posibilidades de reelección entre un nicho de votantes en internet, en el segmento más joven, que le es bien distante; máxime cuando Trump es trending topic habitual en redes por acción y omisión, excentricidad mediante.

Y es que la guerra por la hegemonía se lleva a cabo en todos los órdenes desde el político hasta el tecnológico, pasando por el mediático, el cultural y el militar. Ahora mismo las relaciones entre Washington y Beijing están en un momento de máxima tensión, después de la agenda paralela que se le armó a la líder de Taiwán, Tsai Ing-wen, a su paso —escala técnica de su gira por Centroamérica— por territorio estadounidense.  Justamente, el contacto del Presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy con la dirigente taiwanesa fue muy mal recibido por China, que elevó su protesta en tono diplomático y, en el plano militar, desarrolló importantes maniobras en las aguas que rodean a Taiwán, una isla con aspiraciones separatistas que el gigante considera parte de su territorio. Unos ejercicios chinos en aguas chinas que la prensa occidental aprovechó para vender como el preludio de una guerra, de una inminente invasión, cuando es más que habitual que el Pentágono realice simulacros bélicos a gran escala por aquellas aguas que no son las suyas.

Incluso, el tema taiwanés, tiene un trasfondo tecnológico para la Casa Blanca. Alientan la secesión y venden armas a Taipéi, no porque les sensibilice la causa, sino porque allí se fabrican los microchips, esos semiconductores que le dan vida a todos los dispositivos modernos de nuestro día a día. Le llaman el «oro del futuro» y tener la dominación sobre estos minúsculos componentes puede generar más guerra a mediano plazo que el petróleo u otros recursos minerales.

Los microchips o TikTok vienen a ser entonces otra temporada más de enfrentamientos como en el pasado reciente los fue la 5G y los bloqueos por tal motivo a Huawei, escudados otra vez en el viejo recurso del espionaje. Y que pasaron por el fantasma de los globos aerostáticos chinos que misteriosamente sobrevolaban los cielos.

Así van estos dos pesos pesados que se disputan liderazgo de provocación en provocación. Esta cruzada en el ciberespacio no es un asunto nuevo ni exclusivo contra China, pasó ya contra aplicaciones rusas como Telegram. Esta aún fresco en la memoria aquel ultimátum que vivimos no hace mucho de dividir el mundo en dos bandos: o eras de WhatsApp o eras de Telegram, si de mensajería instantánea hablábamos. Definitivamente, ni a Moscú ni a Beijing se le está permitido jugar con las mismas armas que Occidente cree su patrimonio exclusivo.

Si ayer tener ojivas nucleares, o un millonario gasto de defensa, o un grueso ejército de soldados todoterrenos era lo más importante, hoy, además de eso, hay que presumir de tener todo el poderío de los bytes, comandos de programación, el control de la nube, la 5 o 6G y de cuanta plataforma exista con el poder de robar datos sensibles de gente que solo piensa en filtros de imagen, seguidores y likes. Por este camino, la gran profesión del futuro, no tan futurista, será graduarse de influencer y en la próxima pandemia moriremos todos, porque hay generaciones más ocupadas en generar contenidos divertidos que conocimientos de ciencia. Baste una búsqueda rápida sobre qué temáticas son las que más se consumen en Youtube o Instagram: animales divertidos, chismes de famosos, videos cómicos, videojuegos, tutoriales de cualquier cosa ligera y memes, muchos memes de todo y de todos.

Detrás de tanto contenido superfluo, se despliega la ingeniería de la manipulación para moldear mentes en función de estados de opinión en los campos social, económico, cultural y político. Y en este punto TikTok ha logrado una fórmula realmente eficaz: un video en vertical contado en un minuto de tu vida, que entre gatico y gatico mimoso, efecto y musicalidad, tiene un poderoso algoritmo de recomendación que te ata al celular hasta que pierdes la noción de tiempo, en cualquier momento del día, no importa si de horario de oficina o tiempo recreativo se trate.

Es así como los gigantes tecnológicos que supuestamente entretienen, son hoy día los instrumentos fundamentales para elegir presidentes y para convencer sobre buenos y malos en guerras, modelos económicos y sistemas de democracia.

Estados Unidos, Canadá y Europa, los que en este minuto se han sumado a esta batalla por restarle poder e influencia a la plataforma china que usan 140 millones de estadounidenses y más de 100 millones de europeos, tienen miedo que TikTok le venda los datos de sus usuarios a Xi Jinping, cuando el resto de los gigantes tecnológicos, lo que no son chinos ni rusos, viven de venderle datos al por mayor a gobiernos y agencias de inteligencia de esos países que presumen de privacidad, libertad de expresión, libertades civiles, democratización de la información.

Viene repitiéndose desde hace tiempo la frase: «cuando el producto es gratis, es porque el producto eres tú». No se lo han inventado académicos, detractores de la tecnología ni políticos; son los CEOs, los cerebros y ejecutivos de las grandes plataformas los que en su momento han confesado que las redes sociales viven de vender datos, por lo que detrás de inscribirse en el sorteo de un teléfono celular en Google, realizar un test de personalidad en Facebook o subir incansablemente reels a Instagram, hay mucha gente monetizando, o como dirían las cantantes de moda facturando. Y además de los que hacen dinero, están los más audaces que usan montañas de datos personales para crear programas espías o realizar ataques cibernéticos o perfeccionar la llamada guerra híbrida que tiene un componente tecnológico y comunicativo muy potente.

La letra pequeña de aceptar «los términos y condiciones» que jamás nos leemos, o las molestas cookies q nos hacen la navegación en internet imposible, o nuestra creciente exposición pública en redes sociales, proporcionando cada vez más información personal y biométrica, tienen detrás la clave a la hora de dominar nuestras trazas en la red de redes y meternos en algoritmos diseñados minuciosamente para que nuestros clics no sean tan inocentes ni tan nuestros.

Y el mundo tecnológico va de prisa, la inteligencia artificial —IA— se salió de las películas de ciencia ficción para ser hoy una realidad tan grande como que un partido político en Dinamarca está liderado por un chatbot y se piensa presentar a elecciones. O hasta para inducir a los seres humanos al suicidio, entre otras situaciones peligrosas que han puesto en alerta a los grandes expertos de la materia a nivel global, al punto de sugerir ponerles pausa al desarrollo de la IA, pues algunos estudios apuntan a que en el punto actual, hay un 10% de posibilidades de que haga desaparecer a los seres humanos.

Lo han admitido sus funcionarios y también ha arrojado el mismo resultado el estudio de su comportamiento: TikTok no hace nada demasiado diferente a Meta o Youtube con su recopilación de datos personales. Cuando China en su momento prohibió todo tipo de redes sociales y plataformas occidentales y creó sus propios sitios y herramientas tecnológicas, se le colgó el cartel del gran censurador de internet. Estados Unidos pretende ahora un acto similar pero dicen que no es por censura, sino por seguridad nacional. De nuevo, unos sí y otros no.

Después que el mundo conociera las filtraciones de Wikileaks y de que el exanalista Edward Snowden relevara las interioridades de cómo operan las agencias norteamericanas de seguridad, se vuelve un cuento chino esto de culpar a China por lo que es el pan nuestro en Estados Unidos.

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