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Ensayo sobre sí mismo

27 sept. 2018
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Soy el mejor presidente, del mejor país del mundo, solo favorezco a mis amigos y niego y castigo —porque tengo el poder para ello— todo lo que difiere de mis intereses. Apretada síntesis de un discurso con más de lo mismo, absolutamente predecible, incluso, en sus mayúsculas contradicciones. Ese es el Donald Trump que se mostró, por segunda vez, ante la comunidad internacional en el seno de las Naciones Unidas.

En la Nueva York que tiene su apellido en rascacielos, donde se hizo multimillonario, ahora vuelve a querer colonizar el mundo con sus pensamientos y creencias y, sin embargo, plantea la tesis contraria, provocando risas incrédulas en más de una oportunidad. Pues cómo entender que mencione sanciones para Irán y Venezuela, porque son «crueles dictaduras», lo cual ya es otro lugar común en el discurso estadounidense; cómo interpretar que hacia su nuevo mejor amigo norcoreano también mantenga las presiones económicas mientras celebra cantos de presunta paz; y al unísono pregone que cada quién tiene la libertad de decidir su propio destino.

Es cierto que hace un año, cuando se estrenó ante la Asamblea General, se temía globalmente por la inminencia de una confrontación nuclear que el propio Trump había alimentado con una retórica hostil hacia su par Kim Jong-un. Hoy la desnuclearización está sobre la mesa y se suceden los estrechones de manos y el mandatario estadounidense lo asume como una conquista personal y un logro inalcanzable por predecesores y futuros.

Pero resulta que el jefe de estado norteamericano, en su afán por complacer a su público interno —que adora en buena medida sus excentricidades, su ombliguismo mundial y ansias de grandeza— a la par que recalcar sus posiciones de fuerza, a las que por demás intenta ponerle sello propio, se dice y desdice constantemente. Su oratoria más se semejó a un berrinche de adolescente bravo con la humanidad, que a un balance sensato, serio, de políticas, logros y desafíos. Que la OPEP lo contradiga y no le baje los precios del petróleo como pidió, «no me gusta». A la Corte Internacional de Justicia la considera «ilegítima» solo porque el organismo pretendió juzgar al intocable Estados Unidos, y ahora dice que no va a entregarle la soberanía de su gran país, el elegido por Dios, a «una burocracia mundial». La Comisión de Derechos Humanos, desde la que sus voceros han despotricado del mundo, ahora es una «vergüenza» para el magnate. Y la OMC tampoco tiene credibilidad porque admite a China y eso, expresa Trump, perjudica la balanza comercial estadounidense. Nada nuevo tampoco. A este señor no le place la globalización, no es amante del multilateralismo y va camino a no pertenecer a nada ni pactar con nadie.

Eso sí, solo favorecerá a sus amigos, y en eso sí tuvo un pronto de sinceridad. Dinero para sus aliados, acuerdos con sus leales escuderos, países dignos de ser tratados como iguales solo aquellos que compartan sus prácticas políticas, y eso que osó exaltar la diversidad de naciones representadas en la ONU, sus palabras fueron: «constelación glamurosa de países». Con las excepciones de siempre, ahora encarnadas en sus dos más mentados enemigos: Irán y Venezuela. Para Cuba no hubo mención con nombre propio, solo una incidental asociada a su arremetida contra Caracas y el ejecutivo de Nicolás Maduro, seguida por una estela de satanizaciones al sistema social que le es adverso: el socialismo.

Y habría que hacerle entonces un par de preguntas al señor presidente: ¿puede o no existir la pluralidad de credos? ¿Puede o no asistirle el derecho a cada país de decidir su sistema de gobierno, sus convicciones, incluso, como él mismo se enorgullece decir, sus amigos? El socialismo no es la realidad perfecta, pero está lejos de ser el escenario de caos y muerte que Trump pintó con desdén. Guerras, tráfico de persona, drogas, marginalidad, miseria y una gigantesca diferencia de clases, así como opresión y segregación de todo tipo, hay dentro de su capitalismo ideal que tanto quiere vender. Más que los sistemas, con aciertos y virtudes ambos, hay gobernantes que deforman las prácticas sociales y económicas de un Estado, personas como el presidente en cuestión que encarcela niños porque corren hacia el sueño americano que él ayuda a fabricar y que entabla una guerra comercial con China y el mundo para desestabilizar la economía del orbe y beneficiar supuestamente a los suyos, en su línea de «América primero». Líderes como él que consideran que el cambio climático, que tanto preocupa al planeta, es un invento, o que los muertos del huracán María en Puerto Rico son una cifra inflada para buscar más ayuda federal.

A Donald Trump no le interesa la paz mundial, aunque la haya mentado más de una vez. De ser así, en la jornada inicial del período 73 de la Asamblea General hubiese asistido a la Cumbre de Paz dedicada a Nelson Mandela, pero en su lugar, fue a la reunión de drogas, un asunto realmente más urgente para el mayor consumidor de estupefacientes del mundo, donde de paso aprovechó para hacerle un guiño conveniente al nuevo rostro de un viejo aliado: el presidente colombiano Iván Duque.

Dos veces en el podio de mármoles verdes, dos años ya como presidente, dos años con una sarta de egoísmos y poco compromiso con la comunidad internacional. Hay que ver, cuántos más su electorado lo investirá con tales poderes de los que hace uso y abuso mientras el mundo, se espanta.

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