Contrapunteo

ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS: ALERTA ROJA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

20 ago. 2020
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Se acerca el momento de las elecciones presidenciales en Estados Unidos de América y se hacen necesarias algunas reflexiones en torno al tan esperado y       -ahora más que nunca- necesario acontecimiento.

Es conocido históricamente que el hecho de que gobierne un partido u otro no ha implicado jamás cambios sustantivos en la política exterior o interna del país de las grandes diferencias sociales. Como resultado de la política doméstica: los pobres han seguido siendo cada vez más pobres y los ricos más ricos; y en cuanto a la relación del imperio con el resto del mundo, sin importar que partido gobierne, el accionar se ha manifestado igual: hacer cuanto sea necesario para mantener la hegemonía a nivel global.

Sin embargo, no creo que ahora los acontecimientos se presenten con las mismas características. El mundo está abocado al comienzo de una nueva proyección y a la nación del Tío Sam no le quedará más remedio que variar el rumbo o perecer ante las nuevas formas de relaciones internacionales como único modelo para la  supervivencia humana.   

Sabemos que el segmento más retrogrado en la política norteamericana desde los tiempos de Ronald Reagan -para no poner otros ejemplos- es el que está actualmente en el poder, con la diferencia de que el mencionado expresidente, quien gobernara durante casi toda la década de 1980, logró ventajas para el imperio que Trump hasta ahora no ha conseguido.

Pese a ello, augurar quién será el vencedor en las próximas elecciones no es algo que pueda concebirse sin riesgos de caer en el equívoco. Lo que sí es innegable, es que la nación norteña necesita de una nueva imagen y Donald Trump no puede dársela.

El magnate inmobiliario, animador de eventos televisivos y teórico de la conspiración, entre otros atributos que poco tienen que ver con la de un político genuino, asumió la presidencia el 20 de enero de 2017 creyendo que podía administrar el país como a una gran empresa y que para ello le bastaría su histrionismo y la experiencia como empresario. Tal vez olvidando sus conocidos fracasos como hombre de negocios  y su insignificancia como actor.

Solo hay que recordar que un análisis sobre su carrera, realizado por The Economist en 2016, concluyó que su desempeño de 1985 a 2016 había sido mediocre. Y uno posterior, realizado por The Washington Post, lo calificó como una mezcla de fanfarronería, fracasos comerciales y verdadero éxito.

También es bueno recordar que Donald Trump se ha cambiado de partido en reiteradas ocasiones, tal como si se cambiara de camisa. Lo que no lo hace confiable y mueve a la sospecha de que su accionar político esté basado en la búsqueda de triunfos personales y no en un sentimiento verdadero de dedicación por una causa donde primen los ideales de una nación o, al menos, la verdadera filiación y transparencia ideológica que requiere ser miembro de un partido.

A eso habría que sumarle el hecho, insólito en Estados Unidos, de ser el único presidente sin cumplimiento del servicio militar (algo que merece una buena investigación) ni cargo político ejercido anteriormente.

Pero Donald Trump no siempre se ha comportado como un mentiroso compulsivo y astuto, pese a la larga estela de infamias y mentiras que acumula en su menguado y estéril accionar político. El 7 de diciembre de 2015, en medio de los debates entre los candidatos republicanos, aseguró que el sistema político de su país se encontraba presuntamente roto y que él y Estados Unidos no tenían tiempo de ser políticamente correctos.

Esa verdad -una de las pocas esgrimidas por Trump- se convirtió, por el postulado que le siguiera, en la base de su accionar presidencial, acorde innegablemente con la ideología y comportamiento del imperio: evitar a toda costa su descalabro, salvar su roída corona de amo del mundo y retrotraer la historia universal a los tiempos más degradantes.

Y para lograr sus tan caros propósitos, la estrategia del mandatario -como un enloquecido remolino- fue la de lanzar ataques a diestra y siniestra, tanto contra los supuestos adversarios externos, como a las diversas etnias y grupos sociales que no respaldan su dantesca epopeya o son considerados por él como inmundicia.

En ese camino, critica, sanciona, interfiere en los asuntos internos de otros países. Su colimador apunta hacia las potencias que logran un desarrollo sostenible y que ya superan en varios renglones o aspectos al país más poderoso del planeta. Le teme a China, a Rusia, a Irán. Le teme al ejemplo de los pueblos como Cuba, Venezuela, Nicaragua. Por eso los torpedea con mentiras, con infamias. Sabe que el modelo neoliberal impuesto a un grupo de países en América Latina y en el viejo continente ha caducado, se desmorona y no demorará en dar al traste con las aspiraciones de dominio y explotación que hasta hoy ha sustentado buena parte de la riqueza y el predominio de la nación norteña.

Desde el comienzo de su mandato intenta dar una imagen de salvador del pueblo norteamericano, llevando a su agenda el eslogan de America First (América Primero). Anuncia la fabricación de un muro en la frontera con México (afirmando que el costo recaería sobre el Estado vecino), pronostica la repatriación de empresas ubicadas fuera del territorio estadounidense, las que garantizarían miles de empleos; ataca a los latinos, a los negros, a los árabes, a las mujeres, a los homosexuales. Sin necesidad de análisis, el pueblo de Trump parece ser la supremacía blanca, los ciudadanos ricos y poderosos de su país.

No tiene medida en sus ataques, los que se exacerban con la llegada de la pandemia. Culpa a China y a la OMS por los estragos de la Covid-19, a la que asocia con una simple gripe, haciendo caso omiso al criterio de los científicos más connotados. Se divorcia del organismo universal, abandona los pactos más importantes para el logro de la paz en el mundo; pone su énfasis en la producción y comercio de armas; mientras realiza ajustes en los presupuestos de salud y educación, aumenta en un 4,7% los gastos militares, implementa políticas de inmigración inhumanas y promueve narrativas falsas en aras de perpetuar el racismo y la discriminación. En fin, convierte a la gran nación en una olla de grillos, en una cardera de presión a punto de un estallido definitivo.

Se suele afirmar que Donald Trump subestimó los efectos mortíferos del coronavirus. No lo creo. Pienso que detrás de su actitud se ocultan dos grandes verdades, una demasiado notoria: la incapacidad del sistema sanitario de su país; y la otra, velada, presumir que los centenares de miles o millones de fallecimientos que pueda provocar la letal enfermedad, si llegara a cumplirse la estimada cifra, solo afectaría a la población más pobre, limpiándose el país demográficamente de la porción que el mandatario considera simplemente desechable; sin descartar otras intenciones, también veladas, en su comportamiento a las que me referiré posteriormente.

Según los acontecimientos, se pudiera afirmar que durante los años de su mandato Donald Trump ha incumplido con su promesa de salvar a Estados Unidos. Lejos de eso, cada día lo hunde más en el lodo, sumándole a su ineficacia como presidente, la risible actitud de Mesías en un escenario que le queda demasiado grande. Pero se puede esperar algo más descabellado aún que su controversias con varias potencias y el hecho de haber sancionado hasta a sus propios aliados en Europa.

Con un gabinete tan inestable, guiado por un mandatario inexperto, jactancioso y mal asesorado, no creo posible lograr darle un vuelco al actual panorama que enfrenta la nación. Comenzando por las grietas de una infraestructura con la cual no es posible lograr un desarrollo sostenible sin acudir a las guerras de rapiña, al robo, al chantaje y a todo un cúmulo de macabras acciones en una carrera desesperada por contener la debacle.  

En el país de mayor desequilibrio entre ricos y pobres en el planeta viven más de cuarenta millones de ciudadanos en la pobreza y la pobreza extrema, con más de dos millones de desempleados y un millón quinientos mil niños sin hogar.

Estados Unidos, que presume de ser el país de las oportunidades, de la democracia y la libertad, posee la taza de encarcelamiento penal más alta del mundo, con 2,2 millones de personas encarceladas y 4,5 millones en libertad condicional. Siendo la tasa más alta entre la población penal la de mujeres y hombres negros. Y algo más abominable aún, más de cuarenta y cinco mil menores recluidos. De ellos, más de treinta mil en cárceles para adultos.

Pero Donald Trump tiene un plan para salvar al imperio y poco le importan las estadísticas y el estado actual de la nación que ve desmoronarse ante su desdén y esa mirada activa de quien oculta cartas bajo la manga.

No bastándole denigrar a más de medio mundo, en tanto se acerca la fecha final en el calendario de las elecciones, lanza espurios improperios a su oponente y a la candidata a la vicepresidencia en la fórmula demócrata. Con ese actuar característico con el que intenta dar la impresión de transparencia e inmutabilidad, califica a Joe Biden como enemigo de Dios, sin aclarar que se refiere al Dios-Trump. También lo señala como un elemento de extrema izquierda semejante a Fidel Castro, Hugo Chávez y Nicolás Maduro  Lógicamente, debió haberse olvidado o no conocer a profundidad algunas figuras de su propio país como George Washington y Abraham Lincoln, a los que calificaría igual que a Biden si fueran sus oponentes en los comicios.  

Al parecer, Trump no logra mantener siempre la ecuanimidad. El hecho de que su rival tuviera en cuenta en su fórmula a la senadora Kamala Harris, ha exacerbado su proceder racista y misógino. Y es indudable que Donald Trump como político no le llega a la rodilla ni a la senadora ni al exvicepresidente en el gobierno de Obama, quienes tienen un largo y exitoso expediente en los anales de la política norteamericana.

Ya está cerca noviembre y no es momento de arriesgarnos con cálculos burocráticos e imprecisiones. Es evidente que de celebrarse las elecciones en esa fecha, el republicano pudiera llevar todas las de perder. Mas, Donald Trump, reitero, parece tener alguna carta oculta. Mueve una parte de su arsenal bélico en el otro extremo del mundo para dar la impresión de posibles e inminentes enfrentamientos con potencias como China, Rusia e Irán. Pero Trump no está totalmente loco, solo crea una barrera de contención, una especie de cortina de humo, para lanzarse contra un objetivo supuestamente menos peligroso y mucho más cercano.

Los grandes estragos de la Covid-19 en su país ya no son suficientes como justificación para lograr una posposición en el calendario electoral y posiblemente esté pensando en una guerra de poco  alcance y duración, lanzando un ataque relámpago contra Venezuela, con el apoyo de fuerzas terrestres de sus aliados en la región; o cualquier otra maniobra intervencionista contra Cuba y Nicaragua, sin descartar algún estado de la propia nación norteamericana, a fin de lograr una justificación para prorrogar la fecha de los comicios. Eventualidad posible, si observamos los hechos más recientes y la innegable realidad del rotundo fracaso político del magnate inmobiliario y sus aspiraciones a mantenerse en el poder y quedar, tras una jugada maestra, como salvador de un sistema que afirma estar roto. Lance que no le aconsejaría, ya que sus cálculos -si fueran así- pudieran convertirse en añicos, con graves consecuencias también para los agresores.

Otras de las cartas ya la muestra: sembrar la duda en el método electoral a que obliga la pandemia, mentir y difamar sin el más mínimo pudor, sin atreverse a admitir estar seguro de su derrota en las urnas y su pésimo trabajo al frente de los Estados Unidos de América. De Donald Trump se puede esperar todo lo deshonesto y controversial posible en estos momentos, La ultraderecha está derrotada a nivel universal; pero sus cabecillas no quieren abandonar la guarida, no aceptan que sus postulados y comportamientos no clasifiquen en el proyecto humanitario de colaboración y hermandad como única vía de los pueblos para salvar a la especie humana. 

Los próximos sufragios en la nación norteña pueden marcar un hito, llegar a ser verdaderamente históricos, ofreciéndole a todos los pueblos y gobiernos del obre la oportunidad de sobrevivir civilizadamente. Espero que la razón y las fuerzas del bien se impongan y los habitantes de Estados Unidos y del mundo podamos salir airosos de esa otra pandemia que ha dado en llamarse Donald Trump y compañía.
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