Proposiciones

El cazador de bandidos (primera parte)

20 ago. 2018
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—Todo empezó cuando en 1959 me llamaron para incorporarme a las filas del Ejército Rebelde. A mí no me gustaba para nada el ejército; accedí porque era una tarea del Partido. Me designaron para el Buró Agrario y me mandaron para el antiguo cuartel de la guardia rural de Vueltas. Teníamos la tarea de organizar a los campesinos por zona o por barrio en nombre del Ejército Rebelde en Agua de Moya, en Vega Alta, en la Quinta, en Piedra en Taguayabón y en Refugio y luego nos designaron para Cabaiguán.

En el 60 me designan investigador del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). En esa época investigábamos los litigios que se producían entre campesinos por fronteras de tierra. En mayo de ese mismo año me trasladaron al Departamento de Información e Investigaciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que era lo que por las siglas llamábamos el DIIFAR.

En el DIIFAR yo era investigador de elementos que se expresaban en contra de la Revolución. Donde más investigábamos era en Sancti Spíritus y en Trinidad. Cuando me pasan para el DIIFAR me recibió en Operaciones Públicas de la Seguridad, Luis Felipe Denis Díaz. Andaba en pantalón y pulóver verde olivo, me acuerdo como si fuese hoy mismo. Ese combatiente había luchado en la clandestinidad contra la dictadura de Batista y se incorporó luego a las filas del Ejército Rebelde. Cuando me recibió en aquel momento era el jefe de Operaciones del Departamento de la Seguridad del Estado en el Escambray. Él me preguntó mis datos y me dio indicaciones de comportamiento: «Tienes que decir que te botaron del Ejército Rebelde porque tuviste una bronca con un oficial, que se dieron unos gaznatones y te botaron por eso».

—¿Y por qué?— le pregunto. Esa es la pregunta que más detesta mi abuelo, y es la que siempre le hago. Cuando siento que se inventa respuestas para evadir mis inquietudes, le insisto: «General»; porque así le dicen todos en este barrio.

—En aquel entonces había mucho miedo con el comunismo soviético y cosas de ese tipo. No era recomendable que se supiera de donde venía yo. Pero luego el pueblo conoció la verdad sobre el comunismo y todo se arregló gracias a Fidel. Vaya que ya no nos dejábamos intimidar por los yanquis con ese tema.

A fines del 60 me designan oficial de caso. Un día llegó Aníbal, que fue quien organizó la Lucha Contra Bandidos aquí en Santa Clara. Él era jefe del DIIFAR en Las Villas y me da un documento confidencial que hablaba de un grupo de ciudadanos que estaban conspirando en contra de la Revolución y que estaban cooperando con los alzados en el Escambray. Me mandaron a ocuparme de ellos, a buscar pruebas para verificar la información y poder enjuiciarlos. Había uno de los conspiradores que había sido teniente del Ejército Rebelde y empiezo a buscar a personas que tenían vínculos con él. Empecé por Nicanor Bermúdez. Investigué a Bermúdez y descubrí que era una gente buena, humilde y que estaba dispuesto a ayudar. Él había sido miembro del Ejército Rebelde y luego de unos minutos de conversación empezó a echar pa’ lante al conspirador:

 

Mira, ese habla mal de la Revolución y creo que está en malos pasos con otro que trabaja en la parte de comunales y otro que había sido capitán que  está en obras Públicas en Santa Clara—, me dice Bermúdez.

—Bueno, pues yo necesito que tú, sin decirle a nadie que estuve por aquí, te acerques a todos los que creas que son conspiradores y trates de conocer cuáles son sus planes—, le dije yo.

 

Recogí los datos del hombre y los reuní en una carpeta. Le puse de nombre Bernica, como un sobrenombre o pseudónimo. Como se llamaba Nicanor Bermúdez cogí el Nica de Nicanor, el Ber de Bermúdez y los intercambié. Después de un tiempo supe que había hecho mi primer reclutamiento.

— ¿Y siempre fuiste oficial de caso?

—Bueno, en octubre de 1961 Aníbal me pidió que entregara todos mis casos a otro compañero y me dio la tarea de organizar un grupo especial para la Lucha Contra Bandidos. Ese grupo iba a tener la misión de hacerse pasar por alzados. Se iba a formar con elementos que habían estado alzados, se habían capturado y que habían mantenido una buena actitud en los interrogatorios y en la prisión y que habían colaborado con nosotros. Decirles que aun el buró de Lucha Contra Bandidos no estaba instaurado de manera oficial pero se ejecutaban acciones para atrapar a los alzados.

Conformamos en grupo  con cuatro hombres de la seguridad y seis ex-bandidos. La función de los bandidos era decirnos el modus operandi básico de las bandas, las estrategias que utilizaban. El grupo se llamó Medidas Agrarias, le pusimos este nombre para enmascarar lo más posible las acciones cuyo objetivo principal era obtener información de primera mano sobre el resto de las bandas de alzados para trasladarlo a los grupos y las milicias para que ellos supieran qué hacer.

Una de las estrategias era ir a buscar a algunos cabecillas de los bandidos por la zona, presentarse como alzados y al descubrir la región donde operaban esos grupos y le informábamos a las milicias para que los interceptaran.

Teníamos otro método, ese si era uno elaborado y que llevaba mucho apoyo de todos. Por ejemplo si se conocía de un elemento que estaba conspirando se secuestraba y se llevaba para el cuartel de la Seguridad, del G-2 en la carretera de Camajuaní. Los bandidos no sabían que esa persona estaba presa pues le creábamos una fachada. En el cuartel se les interrogaba pero ellos casi nunca hablaban ni delataban a nadie. Pero eso era lo de menos.

Allí le escribíamos una carta de traslado como si el hombre hubiese hablado y cooperado con la seguridad de la zona. El destinatario casi siempre era Manuel Hernández “El Lechero”, que era oficial operativo de la contrainteligencia en Sagua-Corralillo. Las cartas que casi todas eran iguales y decían más o menos así:

Aquí te envío al detenido ‘Fulano’ quien ha tenido una actitud correcta. Durante los interrogatorios se ha comportado muy bien y nos ha ofrecido información valiosa sobre los alzados. Nos ha descrito su zona de residencia, los conoce, nos ha dado la ubicación de los colaboradores y tiene información importante para ti. Trátalo bien como si no fuera un detenido porque  la información que ha dado y la que te dará a ti merece de esta atención correcta.

Sellábamos la supuesta carta de traslado. Y mandábamos al bandido con dos guardaespaldas para el destino que, si era Escambray, casi siempre era para Yaguajay. Luego de unos minutos de camino el Jeep se rompía. Se rompía justo donde el chofer sabía que debía parar para comenzar la operación. Como casi siempre los traslados eran de noche la parada se hacía cerca de una alcantarilla para que el chofer se ubicara.

Se simulaba un esfuerzo por arreglar el Jeep pero era imposible. Tenía una maña hecha para que nadie pudiese arreglarlo. El chofer se quedaba cuidando el carro por órdenes del jefe del grupo de traslado. El jefe, los escoltas y el detenido salían a pie para Remedios para buscar ayuda supuestamente.

Más o menos a medio camino salían al paso unos bandidos que los cogían presos. Estos bandidos eran agentes del G-2 que se hacían pasar por alzados para que el detenido no sospechara nada. Pues bien, estos falsos bandidos sacaban al grupo de la carretera, los registraban y era ahí cuando encontraban la cartica del detenido y simulaban enfado.

—¿Y esto qué es?— Decía a gritos el jefe de los falsos bandidos. –Este hombre colabora con la Revolución. Arriba llévenselo y mátenlo-.

—No, no, no. por favor no me mate, yo no he hablado, yo no he dicho nada. Eso es mentira—. Decía el detenido, con un temblor tremendo en la voz. Todos hacían lo mismo. Eran igual de cobardes.

—¿Cómo qué no? Tú eres del G-2 y lo que vamos es a ahorcarte aquí mismo—, decía el Jefe de los falsos bandidos.

El resto de la tropa de supuestos alzados se llevaban para unos matorrales a los dos escoltas y al responsable del grupo de la Seguridad. Y allí en el monte a oscuras disparaban para que se ollera como si los hubiesen matado de verdad. En ese momento el detenido se acobardaba más.

Los falsos bandidos se lo llevaban para un campamento improvisado que teníamos en Remedios, con posta de guardia y todo. Y allí en un lugar que se llamaba Loma de la Puntilla el detenido con ánimo de salvarse el pellejo y que no lo acusaran de revolucionario decía de los verdaderos alzados de todo. Algunos hablaban hasta más de lo que se les pedía.


—Espérese aquí un momento que vamos a comprobar si es cierto todo lo que dice y si es verdad que usted colabora con los bandidos—. Decía muy serio el jefe de los falsos alzados.

 

En realidad él y un acompañante lo que iban era a dar la información para que las milicias y la seguridad tomaran las medidas pertinentes.

 

—Pues sí, chico, sí. Es verdad que tú eres de los alzados—, decía el falso bandido al detenido—, pero más tarde tenemos que mudarnos de aquí porque si la milicia nos detecta nos van a  matar.

 

Como en efecto. Horas después salíamos, los falsos bandidos y el detenido por la zona prevista y allí se simulaba un asalto por parte de las milicias y el detenido volvía al cuartel de la seguridad de donde había salido. Por esta condición de retorno al lugar de origen, lo mismo del bandido que de la información, a esta operación se le llamaba “El Molino”. Nosotros pasamos por “El Molino” a más de treinta bandidos. Con esta estrategia ocupamos armamentos, medicinas y todo tipo de recursos y avituallamiento de los bandidos. ¿Qué te parece?

—Parece película—, digo expectante.

—Sí, a veces no era fácil pero se salía de todo. El día que atrapamos a Osvaldo Ramírez...

 

Continuará…

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