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De un Nobel a un novel

10 ago. 2018
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Llegó el 7 de agosto para Colombia en un 2018 electoral. Juan Manuel Santos abandona la Casa de Nariño después de 8 años consecutivos —dos períodos de gobierno— y da la bienvenida protocolar a su sucesor y ganador en las urnas, después de dos vueltas, Iván Duque. El que se posiciona es un presidente que combina dos tipos de juventudes, la de sus 42 años de edad y la de su inexperiencia en cuestiones de alta política. Sin embargo, llega de la mano del político más «popular» del país, su mentor Álvaro Uribe Vélez, y antes de esta alianza estratégica, fue apadrinado por el mismísimo Santos para su entrada a las lides de gobierno.

Y es que, de no haberse producido la ruptura entre Santos y Uribe, al punto de escenificar la mayor polarización nunca vista en la nación colombiana, se habrían consolidado 16 años de uribismo, pues el hoy mandatario saliente fue puesto allí por Uribe, tal y como sucedió ahora con Duque. El santismo y el mentado uribismo se convirtieron en dos corrientes adversas que enemistaron a todo un país, no así en la cúpula administrativa, donde los funcionarios se han turnado las carteras y demás puestos sin demasiadas lealtades ideológicas en una u otra administración. Al tal punto, que hoy día el nuevo gabinete que asume tiene rostros demasiado conocidos que, cuando más, han cambiado de oficina. La novedad, cumpliendo con una promesa de campaña, ha sido lograr la paridad de género en el ámbito ministerial y tener la primera mujer en el segundo puesto de importancia del Estado, la vicepresidencia que ostenta, Martha Lucía Ramírez.

La investidura tuvo todo tipo de ingredientes: un clima desfavorable, una escenografía muy original, exclusiones políticas que sientan un mal precedente y no lejos de su epicentro, marchas de protesta y desaprobación al hombre que recibía la banda tricolor. Otra vez la Plaza Bolívar, ese sitio obligado en Bogotá para los grandes acontecimientos y las grandes denuncias, sirvió de plató al traspaso de mando. La lluvia intermitente y una premonitoria ventolera retrasaron e incomodaron la ceremonia, quizás augurando los múltiples tropiezos que se avecinan en la gestión que comienza. Las flores —15 mil tallos en ilustración de un país que es el segundo exportador de flores en el mundo, después de Holanda— fueron el elemento pintoresco, el toque de gracia para un discurso armonioso e impecable que, de no responder a la retórica habitual en estos casos, hubiese sido un buen comienzo. Duque hizo galas de la moderación que quiere venderle a sus seguidores, para desmarcarse del tono más agresivo de quien para muchos es su titiritero, el senador Uribe. Como quien juega al policía bueno y policía malo, esa estrategia típica de confusión en los interrogatorios, así sucedió con los roles asumidos por el Jefe de Estado investido y su investidor. El presidente del Senado, Ernesto Macías, también del partido Centro Democrático y por tanto uno de los correligionarios del ahora líder del ejecutivo, tuvo un discurso provocador, arremetió con dureza contra Santos y señaló uno por uno los errores que, a su juicio, cometió el gobierno anterior. Duque vino a suavizar el tono y mostrarse conciliador con todas las partes. «Somos Colombia», la frase donde invitó a todos a concentrarse para olvidar odios y construir un nuevo país. En lo que sí tuvo razón es que, en este minuto, no hay enemigos de la paz, si ellos, los opositores a la paz de Santos tomarán la reconciliación como bandera, aunque no sin antes advertir que habrá «correctivos» para el acuerdo con las FARC y «condicionamientos» para el diálogo con el ELN.

Eso dijo durante su carrera por la silla en Nariño y eso ha repetido una vez ataviado con el poder real. Pero, en un gesto contradictorio, su equipo de seguridad a cargo del evento impidió la entrada a uno de los congresistas del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, específicamente al senador Carlos Antonio Lozada, y en solidaridad con éste, el resto de los legisladores de la FARC, se retiraron de la ceremonia. Y es que la presencia de exguerrilleros en el Congreso de la Nación, como resultado de los escaños pactados en el texto de La Habana, es una de las espinas atragantadas para Uribe y su pupilo. Muy probablemente una de esas correcciones que ha augurado el flamante presidente.

Los hombres de Timochenko no fueron los únicos en abandonar la Plaza Bolívar durante la toma de posesión, también lo hicieron otros parlamentarios que consideraron inapropiado y fuera de lugar las palabras del senador Macías, que como ya les adelantaba, armó su oratoria a partir de un panegírico a Uribe y un rosario de críticas a Santos. La diatriba reproducía al pie de la letra la publicidad negativa contra el gobierno saliente que en ese mismo día su partido había pagado para que se leyera, viera y escuchara en los principales medios de comunicación del país.

¿Qué deja el Premio Nobel de Paz a su sucesor, el novel presidente Duque? Ciertamente un país aún envuelto en el narcotráfico, con el cada día más creciente asesinato selectivo a líderes sociales y políticos, una economía débil en medio del potencial que representa ser la cuarta economía de la región latinoamericana, abundantes casos de corrupción y relaciones abiertamente hostiles con la vecina Venezuela. La pregunta es ¿acaso todos estos problemas son exclusivamente generados por la administración Santos o más bien constituyen flagelos enquistados en Colombia?

Es fácil reprochar la gestión que se hereda y difícil cambiar el curso de los acontecimientos. ¿Será Duque quien erradique el fenómeno de las drogas cuando planea seguir siendo el aliado natural de Estados Unidos, el primer consumidor de estupefacientes y quien por años ha dicho combatir el tráfico creando exactamente un efecto boomerang? ¿Será Duque quien termine la práctica de exterminio por vías violentas a todo aquel que piense diferente al establecimiento cuando ni siquiera se atreve a pararse en una misma sala con exinsurgentes? ¿Será Duque quien ponga fin a la «mermelada» de políticos corruptos cuando defiende a ultranza la inocencia de Álvaro Uribe, acusado actualmente de soborno y fraude procesal? ¿Será Duque quien mejore las relaciones con su homólogo venezolano cuando ha acusado a Maduro en más de una ocasión de dictador? Quizás se enfoque en relanzar la economía, a fin de cuentas, le daría el respaldo de la clase media y alta y del sector privado cuando ya ha anunciado que reducirá el papel del Estado en estos asuntos para lograr un 4% de crecimiento. Quizás sí consiga índices macroeconómicos de los que presumir, a costa de que el campo colombiano siga postergado, allí donde hace 60 años comenzó la guerra que se intenta finalizar a golpe de soluciones políticas a medias.

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