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Celia también es un país

26 dic. 2018
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La primera vez que visité la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado fue para comenzar la búsqueda de documentos para mi tesis.
Cuando uno entra a ese lugar, siente que ha llegado a un sitio diferente. Y digo siente, porque aunque todo esté impecable, aunque se sepa que guarda historia, que hay documentos valiosos, compañeros con una vida de entrega a esta profesión, uno sabe que el olor de este lugar no es un olor tradicional de archivos; no es el del papel de los tarjeteros, ni el de los periódicos de antaño. Este sitio causa raras sensaciones. De súbito, aparecen las fotos. Cuando yo fui, por primera vez, no era tan verde. Eso sí, había muchas fotos de Celia, y de Fidel.
Lo que en otros sitios podía volverse complejo y burocrático, allí salía con fl uidez, con la sencillez de cada asunto o la complejidad que mereciera, pero sin más de la necesaria. Y eso es cosa de Celia.
Ese fue mi acercamiento más real a la mujer que formó parte del grupo que colocó la estatua de José Martí en el Pico Turquino por su centenario; la que organizó la red de campesinos para apoyar el desembarco del yate Granma; la primera mujer combatiente del Ejército Rebelde en 1957; la infatigable tenedora de todo cuanto se necesitaba, lo mismo en el llano que en la Sierra. De ella fue la idea de la Comandancia de La Plata, su estructura y su lugar. Fue madrina de los niños desamparados de las montañas y de todos los rebeldes que recibieron su apoyo y atención. Celia era alma de la guerrilla, y lo fue de la Revolución triunfante.
Así se vio nacer la Ofi cina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, ese lugar del que comencé hablando como sitio mágico de la patria. Celia cristalizaba las ideas de Fidel: un Palacio de Pioneros, la heladería Coppelia, el Palacio de Convenciones, el Parque Lenin, el restaurante El Cochinito…, hasta los diseños de los uniformes para los muchachos que iban a las becas creadas por la Revolución. Estaba al tanto de cada detalle, de cada obra enorme o diminuta, pero necesaria para darle color y vida a su país.
Su sensibilidad le permitió establecer un lazo directo entre el pueblo y Fidel, y a ella acudían muchísimas personas desde todas partes de Cuba para buscar ayuda. Celia daba batallas contra lo mal hecho y hacía Revolución dentro de la propia que había triunfado.
Celia supo repartirse entre quienes tuvieron el privilegio de vivir la Revolución, y por ello esta sigue siendo una obra humanista y llena de amor. Hablar de ella es hablar de mariposas, de las que ella misma se colgaba en el pelo. Es una presencia que va creciendo junto a nosotros, en la medida en que se van conociendo detalles de sus riesgos y sus pasiones. La guerrillera se nos revela como una de las mujeres más dulces de la montaña y a la vez, como la fi el guardiana de la vida y los intereses de Fidel y la Revolución. Celia era sostén espiritual y aliento delicado de la guerrilla que hacía soñar a una nación con la verdadera independencia.
No tengo dudas de que en la obra de la Revolución Cubana seguirán habitando la generosidad, la alegría, el buen gusto y la delicadeza de Celia; su presencia se siente, es alma viva que revolotea en cada espacio como mariposita de luz; simplemente vive en cada uno de esos escritos que ella quiso guardar para la historia de una nación en la Ofi cina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, sin darse cuenta de que estaba guardando también parte imprescindible de su propia vida.
Este ejemplar contiene algunos de los escritos suyos durante la guerra, relatos de antes y después del triunfo, pero sobre todo, intenta dibujar el perfi l de aquella mujer que defendiendo con humildad una idea, se hizo inmensa para todos. Mucho queda por escribir sobre Celia, y corresponderá a los investigadores dar a conocer más sobre la vida de esta revolucionaria. Pero que sean sus propias letras, las que nos develen la mujer excepcional que fue y lo que es capaz de lograr el amor a la patria, en actos de apariencia simple, como el Martí del Turquino o la recopilación de la historia de Cuba, para tenerla, siempre.
Celia también es un país.
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