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Bukele busca dominar el legislativo

12 feb. 2021
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Febrero es el mes que marcó la arrancada electoral de 2021. Empezó con las presidenciales ecuatorianas el pasado día 7 y terminará con las parlamentarias y regionales salvadoreñas el domingo 28, que tienen una gran importancia porque determinarán si el oficialismo alcanza a posicionar su fuerza en la instancia legislativa.

Si bien el saliente mandatario ecuatoriano Lenin Moreno, tiene la peor evaluación como jefe de estado de toda América Latina, con índices de popularidad rozando el subsuelo, su par de El Salvador, Nayib Bukele, es el mejor visto, de acuerdo a varios sondeos internacionales, y algunos lo ubican en el ranking por delante de gobernantes europeos con altos porcentajes de aprobación popular.

La gestión de Bukele está también a debate en estas elecciones, aunque no se trate de elegir presidente. Los salvadoreños deberán decidir si dan su respaldo a los candidatos del partido oficialista actualmente en desventaja dentro del parlamento, apenas una decena de diputados de la Gran Alianza por la Unidad Nacional, la coalición GANA por sus siglas y ganadora al fin y al cabo, que lo convirtió en el mandatario más joven de la historia salvadoreña y el primero de una fuerza diferente a los dos históricos que se alternaron el poder en los últimos 30 años: el FMLN y ARENA.

Pero está por ver la lealtad de esta alianza con su hombre presidencial, dado lo efímero de la relación militante. Y también por la trayectoria de Bukele, quien ha saltado de partido en partido con meros fines electoreros en busca de poder y no por convicción o defensa de los postulados de una fuerza política. Solo recordar que en el pasado estuvo en las filas del frente exguerrillero de izquierda, que ahora sataniza, y con esa militancia, logró ser alcalde dos veces. Luego fundó su propio partido Nuevas Ideas que no prosperó, se alió poco después con Cambio Democrático y finalmente vio en GANA la llave para atravesar las puertas del palacio presidencial.

Es cierto que Bukele logró ponerle fin al bipartidismo en El Salvador, pero solo en lo que al Jefe de Estado respecta, porque los pesos pesados siguen dominando la escena parlamentaria. El FMLN y ARENA tiene en conjunto 58 de los 84 asientos del Congreso unicameral, y a pesar de ubicarse en extremos ideológicos, parecen acordar un frente común cuando de frenar al presidente millennial se trata. Y esto lo sabe muy bien el joven mandatario y por eso a ha enfilado sus cañones contra ambos, los desacredita y acusa de corruptos.

El pasado 9 de febrero se cumplió un año del asalto de Bukele a su propio parlamento. Ese día se hicieron virales las imágenes de soldados con armas largas escoltando al gobernante y a éste tomando el puesto principal de la Asamblea y emplazando públicamente a los diputados con la frase: «está claro quién tiene el control aquí». Y es que Bukele no ha dudado es ser abiertamente autoritario cuando sus legisladores lo desafían frenando iniciativas del ejecutivo. De ahí que las elecciones del próximo 28 de febrero sean esenciales para él y los años que le restan de gobierno.

Los bloques tradicionales, Arena y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, saben que la popularidad superior al 80 por ciento y que ha llegado a máximos históricos por encima de 92, de este típico outsider, como se le denomina a quienes rompen los moldes del sistema, ha inclinado la balanza en las legislativas y regionales hacia los seguidores del gobernante. Si consigue mayoría legislativa, tendrá una concentración de poderes peligrosa teniendo en cuenta la conducta poco conciliadora e impulsiva que ha mostrado hasta el momento.

Para que se tenga una idea, Bukele es descrito lo mismo como un populista que como un autócrata. Sus decisiones de gobierno han ido en un zigzagueo parecido, desde posiciones de izquierda que a veces ha reconocido como tal, hasta posturas de derecha clásica. Pero eso sí, siempre ha buscado soluciones efectistas, que le han funcionado al dedillo como marketing político. Hay quien dice que gobierna como si estuviese siempre en campaña, complaciendo a diestra y siniestra, por ejemplo, aliándose a China económicamente, pero dejando claro su relación sólida con Estados Unidos. Incluso le ha dado por desconocer los acuerdos de paz que devolvieron la democracia a El Salvador hace tres décadas pero en su lugar le extiende un guiño coqueto a las víctimas de la guerra al cambiar la significación del día a favor de éstas y no del pacto conciliatorio.

Hay dos aspectos de su gestión que le han hecho robarse todas las palmas: el manejo de la COVID-19, con actitudes radicales en materia de contención de la pandemia, y su guerra contra la violencia, ésta ya merece un análisis aparte porque el bajón en las estadísticas de homicidios del que presume no puede leerse de forma literal ni atribuírsele solo a sus medidas anti pandillas.

La oposición sabe que Bukele está en una situación inmejorable de cara a la opinión pública y por eso ahora buscan destituirlo a lo interno del congreso, haciendo uso de un procedimiento legítimo y perfectamente descrito en la Constitución: evaluar la capacidad física o mental del presidente. Las justificaciones de quienes promueven la iniciativa se escudan en la propia militarización de la asamblea el pasado año, el irrespeto a la separación de poderes y presuntos llamados a la insurrección popular, mensajes de odio, ataques a la democracia, entre otros. Para Bukele esto es un golpe de estado parlamentario, a las puertas de los comicios. Y aquí hay razones de parte y parte y mucho de interés electoral también.

Por lo pronto, los salvadoreños siguen teniendo problemas no resueltos de primer orden que demandan más soluciones reales y menos propaganda política. Porque de qué sirve una reducción en las cifras anuales de la violencia callejera si hace solo un par de semanas asesinaron a dos simpatizantes del FMLN, a la vieja usanza regional de silenciar al contrario a golpe de tiros y el presidente popularísimo se cuestiona la severidad del poder judicial para con los autores del crimen.

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